domingo, 20 de abril de 2008
Mt 22, 41-46 ¿Qué piensan acerca del Mesías?
(Mt 22, 41-46) ¿Qué piensan acerca del Mesías?
[41] Mientras los fariseos estaban reunidos, Jesús les hizo esta pregunta: [42] «¿Qué piensan acerca del Mesías? ¿De quién es hijo?». Ellos le respondieron: «De David». [43] Jesús les dijo: «¿Por qué entonces, David, movido por el Espíritu, lo llama “Señor”, cuando dice: [44] Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies? [45] Si David lo llama “Señor”, ¿cómo puede ser hijo suyo?». [46] Ninguno fue capaz de responderle una sola palabra, y desde aquel día nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
(C.I.C 439) Numerosos judíos e incluso ciertos paganos que compartían su esperanza reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del mesiánico "hijo de David" prometido por Dios a Israel (cf. Mt 2, 2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9. 15). Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho (cf. Jn 4, 25-26;11, 27), pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado humana (cf. Mt 22, 41-46), esencialmente política (cf. Jn 6, 15; Lc 24, 21). (C.I.C 446) En la traducción griega de los libros del Antiguo Testamento, el nombre inefable con el cual Dios se reveló a Moisés (cf. Ex 3, 14), YHWH, es traducido por Kyrios ["Señor"]. Señor se convierte desde entonces en el nombre más habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en este sentido fuerte el título "Señor" para el Padre, pero lo emplea también, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios (cf. 1Co 2,8). (C.I.C 447) El mismo Jesús se atribuye de forma velada este título cuando discute con los fariseos sobre el sentido del Salmo 110 (cf. Mt 22, 41-46; cf. también Hch 2, 34-36; Hb 1, 13), pero también de manera explícita al dirigirse a sus Apóstoles (cf. Jn 13, 13). A lo largo de toda su vida pública sus actos de dominio sobre la naturaleza, sobre las enfermedades, sobre los demonios, sobre la muerte y el pecado, demostraban su soberanía divina.
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