jueves, 3 de abril de 2008
Mt 14, 1-12 Mandó decapitar a Juan en la cárcel
Mateo 14
(Mt 14, 1-12) Mandó decapitar a Juan en la cárcel[1] En aquel tiempo, la fama de Jesús llegó a oídos del tetrarca Herodes, [2] y él dijo a sus allegados: «Este es Juan el Bautista; ha resucitado de entre los muertos, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos». [3] Herodes, en efecto, había hecho arrestar, encadenar y encarcelar a Juan, a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, [4] porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla». [5] Herodes quería matarlo, pero tenía miedo del pueblo, que consideraba a Juan un profeta. [6] El día en que Herodes festejaba su cumpleaños, la hija de Herodías bailó en público, y le agradó tanto a Herodes [7] que prometió bajo juramento darle lo que pidiera. [8] Instigada por su madre, ella dijo: «Tráeme aquí sobre una bandeja la cabeza de Juan el Bautista». [9] El rey se entristeció, pero a causa de su juramento y por los convidados, ordenó que se la dieran [10] y mandó decapitar a Juan en la cárcel. [11] Su cabeza fue llevada sobre una bandeja y entregada a la joven, y esta la presentó a su madre. [12] Los discípulos de Juan recogieron el cadáver, lo sepultaron y después fueron a informar a Jesús.
(C.I.C 720) En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la "semejanza" divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento (cf. Jn 3, 5). (C.I.C 2473) El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza. “Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios” (S. Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos, 4, 1). (C.I.C 2258) “La vida humana ha de ser tenida como sagrada, porque desde su inicio es fruto de la acción creadora de Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término; nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente” (Instr. Donum vitae, Introducción, 5). (C.I.C 2261) La Escritura precisa lo que el quinto mandamiento prohíbe: ‘No quites la vida del inocente y justo’ (Ex 23, 7). El homicidio voluntario de un inocente es gravemente contrario a la dignidad del ser humano, a la regla de oro y a la santidad del Creador. La ley que lo proscribe posee una validez universal: obliga a todos y a cada uno, siempre y en todas partes.
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