domingo, 13 de abril de 2008

Mt 18, 23-35 El rey se compadeció y le perdonó

(Mt 18, 23-35) El rey se compadeció y le perdonó
[23] Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. [24] Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. [25] Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. [26] El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: “Señor, dame un plazo y te pagaré todo”. [27] El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. [28] Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: “Págame lo que me debes”. [29] El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: “Dame un plazo y te pagaré la deuda”. [30] Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. [31] Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. [32] Este lo mandó llamar y le dijo: “¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. [33] ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?”. [34] E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. [35] Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos».
(C.I.C 2843) Así, adquieren vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo del amor (cf. Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con esta frase: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano". Allí es, en efecto, en el fondo "del corazón" donde todo se ata y se desata. No está en nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria transformando la ofensa en intercesión. (C.I.C 2844) La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf. Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf. 2Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf. Juan Pablo II, Dives in Misericordia, 14).

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