domingo, 6 de abril de 2008

Mt 15, 29-31 Y todos glorificaban al Dios de Israel

(Mt 15, 29-31) Y todos glorificaban al Dios de Israel
[29] Desde allí, Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó. [30] Una gran multitud acudió a él, llevando paralíticos, ciegos, lisiados, mudos y muchos otros enfermos. Los pusieron a sus pies y él los curó. [31] La multitud se admiraba al ver que los mudos hablaban, los inválidos quedaban curados, los paralíticos caminaban y los ciegos recobraban la vista. Y todos glorificaban al Dios de Israel.
(C.I.C 1502) El hombre del Antiguo Testamento vive la enfermedad de cara a Dios. Ante Dios se lamenta por su enfermedad (cf. Sal 38) y de Él, que es el Señor de la vida y de la muerte, implora la curación (cf. Sal 6,3; Is 38). La enfermedad se convierte en camino de conversión (cf. Sal 38,5; 39,9.12) y el perdón de Dios inaugura la curación (cf. Sal 32,5; 107,20; Mc 2,5-12). Israel experimenta que la enfermedad, de una manera misteriosa, se vincula al pecado y al mal; y que la fidelidad a Dios, según su Ley, devuelve la vida: "Yo, el Señor, soy el que te sana" (Ex 15,26). El profeta entrevé que el sufrimiento puede tener también un sentido redentor por los pecados de los demás (cf. Is 53,11). Finalmente, Isaías anuncia que Dios hará venir un tiempo para Sión en que perdonará toda falta y curará toda enfermedad (cf. Is 33,24). (C.I.C 1506) Cristo invita a sus discípulos a seguirle tomando a su vez su cruz (cf. Mt 10,38). Siguiéndole adquieren una nueva visión sobre la enfermedad y sobre los enfermos. Jesús los asocia a su vida pobre y humilde. Les hace participar de su ministerio de compasión y de curación: "Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban" (Mc 6,12-13). (C.I.C 1507) El Señor resucitado renueva este envío ("En mi nombre [...] impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien"; Mc 16,17-18) y lo confirma con los signos que la Iglesia realiza invocando su nombre (cf. Hch 9,34; 14,3). Estos signos manifiestan de una manera especial que Jesús es verdaderamente "Dios que salva" (cf. Mt 1,21; Hch 4,12).

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