sábado, 31 de mayo de 2008
Mc 11, 20-26 Tengan fe en Dios
(Mc 11, 20-26) Tengan fe en Dios
[20] A la mañana siguiente, al pasar otra vez, vieron que la higuera se había secado de raíz. [21] Pedro, acordándose, dijo a Jesús: «Maestro, la higuera que has maldecido se ha secado». [22] Jesús le respondió: «Tengan fe en Dios. [23] Porque yo les aseguro que si alguien dice a esta montaña: “Retírate de ahí y arrójate al mar”, sin vacilar en su interior, sino creyendo que sucederá lo que dice, lo conseguirá. [24] Por eso les digo: Cuando pid[an] algo en la oración, crean que ya lo tienen y lo conseguirán. [25] Y cuando ustedes se pongan de pie para orar, si tienen algo en contra de alguien, perdónenlo, y el Padre que está en el cielo les perdonará también sus faltas». [26] .
(C.I.C 2610) Del mismo modo que Jesús ora al Padre y le da gracias antes de recibir sus dones, nos enseña esta audacia filial: "todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido" (Mc 11, 24). Tal es la fuerza de la oración, "todo es posible para quien cree" (Mc 9, 23), con una fe "que no duda" (Mt 21, 21). Tanto como Jesús se entristece por la "falta de fe" de los de Nazaret (Mc 6, 6) y la "poca fe" de sus discípulos (cf. Mt 8, 26), así se admira ante la "gran fe" del centurión romano (cf. Mt 8, 10) y de la cananea (cf. Mt 15, 28). (C.I.C 2611) La oración de fe no consiste solamente en decir "Señor, Señor", sino en disponer el corazón para hacer la voluntad del Padre (cf. Mt 7, 21). Jesús invita a sus discípulos a llevar a la oración esta voluntad de cooperar con el plan divino (cf. Mt 9, 38; Lc 10, 2; Jn 4, 34). (C.I.C 2840) Ahora bien, lo temible es que este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano, a la hermana a quienes vemos (cf. 1Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia. (C.I.C 2841) Esta petición es tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5, 23-24; 6, 14-15; Mc 11, 25). Esta exigencia crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero "todo es posible para Dios" (Mt 19, 26).
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