domingo, 18 de mayo de 2008

Mc 6, 53-56 Los que lo tocaban quedaban curados

(Mc 6, 53-56) Los que lo tocaban quedaban curados
[53] Después de atravesar el lago, llegaron a Genesaret y atracaron allí. [54] Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús, [55] y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que él estaba. [56] En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban curados.
(C.I.C 1500) La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte. (C.I.C 1504) A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (cf. Mc 5,34.36; 9,23). Se sirve de signos para curar: saliva e imposición de manos (cf. Mc 7,32-36; 8, 22-25), barro y ablución (cf. Jn 9,6s). Los enfermos tratan de tocarlo (cf. Mc 1,41; 3,10; 6,56) "pues salía de él una fuerza que los curaba a todos" (Lc 6,19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa "tocándonos" para sanarnos. (C.I.C 1509) "¡Sanad a los enfermos!" (Mt 10,8). La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos como por la oración de intercesión con la que los acompaña. Cree en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta presencia actúa particularmente a través de los sacramentos, y de manera especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna (cf. Jn 6, 54. 58) y cuya conexión con la salud corporal insinúa S. Pablo (cf. 1Co 11,30).

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