martes, 13 de mayo de 2008

Mc 5, 1-10 ¡Sal de este hombre, espíritu impuro!

Marcos 5
(Mc 5, 1-10) ¡Sal de este hombre, espíritu impuro!

[1] Llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. [2] Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu impuro. [3] Él habitaba en los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. [4] Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo. [5] Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la montaña, dando alaridos e hiriéndose con piedras. [6] Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él, [7] gritando con fuerza: «¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no me atormentes!». [8] Porque Jesús le había dicho: «¡Sal de este hombre, espíritu impuro!». [9] Después le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». Él respondió: «Mi nombre es Legión, porque somos muchos». [10] Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región.
(C.I.C 414) Satán o el diablo y los otros demonios son ángeles caídos por haber rechazado libremente servir a Dios y su designio. Su opción contra Dios es definitiva. Intentan asociar al hombre en su rebelión contra Dios. (C.I.C 395) Sin embargo, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios. Aunque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino en Jesucristo, y aunque su acción cause graves daños -de naturaleza espiritual e indirectamente incluso de naturaleza física- en cada hombre y en la sociedad, esta acción es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero "nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman" (Rm 8,28).

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