sábado, 10 de mayo de 2008

Mc 3, 34-35 El que hace la voluntad de Dios es mi madre

(Mc 3, 34-35) El que hace la voluntad de Dios es mi madre
[34] Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. [35] Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre».
(C.I.C 498) A veces ha desconcertado el silencio del Evangelio de S. Marcos y de las cartas del Nuevo Testamento sobre la concepción virginal de María. También se ha podido plantear si no se trataría en este caso de leyendas o de construcciones teológicas sin pretensiones históricas. A lo cual hay que responder: La fe en la concepción virginal de Jesús ha encontrado viva oposición, burlas o incomprensión por parte de los no creyentes, judíos y paganos (cf. San Justino, Dialogus cum Triphone Iudaeo 66-67: PG 6, 628-629; Orígenes, Contra Celsum, 1, 32: PG 8, 720-724; Ibid. 1, 69: PG 8, 788-789; y otros); no ha tenido su origen en la mitología pagana ni en una adaptación de las ideas de su tiempo. El sentido de este misterio no es accesible más que a la fe que lo ve en ese "nexo que reúne entre sí los misterios" (Dei Filius: DS 3016), dentro del conjunto de los Misterios de Cristo, desde su Encarnación hasta su Pascua. S. Ignacio de Antioquía da ya testimonio de este vínculo: "El príncipe de este mundo ignoró la virginidad de María y su parto, así como la muerte del Señor: tres misterios resonantes que se realizaron en el silencio de Dios" (Epistula ad Ephesios 19, 1; cf. 1Co 2, 8).

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