martes, 6 de mayo de 2008
Mc 1, 40-45 Lo quiero, queda purificado
(Mc 1, 40-45) Lo quiero, queda purificado
[40] Entonces se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes purificarme». [41] Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». [42] En seguida la lepra desapareció y quedó purificado. [43] Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: [44] «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio». [45] Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.
(C.I.C 2616) La oración a Jesús ya fue escuchada por El durante su ministerio, a través de los signos que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (del leproso: cf. Mc 1, 40-41, de Jairo cf. Mc 5, 36, de la cananea cf. Mc 7, 29, del buen ladrón cf. Lc 23, 39-43), o en silencio (de los portadores del paralítico cf. Mc 2, 5, de la hemorroísa cf. Mc 5, 28 que toca el borde de su manto, de las lágrimas y el perfume de la pecadora cf. Lc 7, 37-38). La petición apremiante de los ciegos: "¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!" (Mt 9, 27) o "¡Hijo de David, ten compasión de mí!" (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús: "Señor JesúCristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador". Sanando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe: "Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!". San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: "Orat pro nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut Deus noster. Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et voces eius in nobis" ("Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a El se dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en El nuestras voces; y la voz de El, en nosotros" (San Agustin, Enarratio in Psalmum 85, 1: PL 36, 1081).
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