martes, 13 de mayo de 2008
Mc 5, 21-29 Con sólo tocar su manto quedaré curada
(Mc 5, 21-29) Con sólo tocar su manto quedaré curada
[21] Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. [22] Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, [23] rogándole con insistencia: «Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva». [24] Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados. [25] Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. [26] Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. [27] Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, [28] porque pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré curada». [29] Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.
(C.I.C 1503) La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase (cf. Mt 4,24) son un signo maravilloso de que "Dios ha visitado a su pueblo" (cf. Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados (cf. Mc 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan (cf. Mc 2,17). Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: "Estuve enfermo y me visitasteis" (Mt 25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren.
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