domingo, 31 de mayo de 2009

Rm 2, 17-24 Tú que hablas contra el robo también robas

(Rm 2, 17-24) Tú que hablas contra el robo también robas
[17] Pero tú, que te precias de ser judío; tú que te apoyas en la Ley y te glorías en Dios; [18] tú que dices conocer su voluntad e, instruido por la Ley, pretendes discernir lo mejor, [19] presumiendo ser guía de ciegos y luz para los que andan en tinieblas; [20] tú que instruyes a los ignorantes y eres maestro de los simples, porque tienes en la Ley la norma de la ciencia y de la verdad; [21] ¡tú, que enseñas a los otros, no te enseñas a ti mismo! Tú, que hablas contra el robo, también robas. [22] Tú, que condenas el adulterio, también lo cometes. Tú, que aborreces a los ídolos, saqueas sus templos. [23] Tú, que te glorías en la Ley, deshonras a Dios violando la Ley. [24] Porque como dice la Escritura: Por culpa de ustedes, el nombre de Dios es blasfemado entre las naciones.
(C.I.C 2811) A pesar de la Ley santa que le da y le vuelve a dar el Dios Santo (cf. Lv 19, 2: "Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios soy santo"), y aunque el Señor "tuvo respeto a su Nombre" y usó de paciencia, el pueblo se separó del Santo de Israel y "profanó su Nombre entre las naciones" (cf. Ez 20, 36). Por eso, los justos de la Antigua Alianza, los pobres que regresaron del exilio y los profetas se sintieron inflamados por la pasión por su Nombre. (C.I.C 2814) Depende inseparablemente de nuestra vida y de nuestra oración que su Nombre sea santificado entre las naciones: “Pedimos a Dios santificar su Nombre porque él salva y santifica a toda la creación por medio de la santidad. [...] Se trata del Nombre que da la salvación al mundo perdido, pero nosotros pedimos que este Nombre de Dios sea santificado en nosotros por nuestra vida. Porque si nosotros vivimos bien, el nombre divino es bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado, según las palabras del Apóstol: 'el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones' (Rm 2, 24; cf. Ez 36, 20-22). Por tanto, rogamos para merecer tener en nuestras almas tanta santidad como santo es el nombre de nuestro Dios” (San Pedro Crisólogo, Sermo 71, 4: PL 52 402). “Cuando decimos "santificado sea tu Nombre", pedimos que sea santificado en nosotros que estamos en él, pero también en los otros a los que la gracia de Dios espera todavía para conformarnos al precepto que nos obliga a orar por todos, incluso por nuestros enemigos. He ahí por qué no decimos expresamente: Santificado sea tu Nombre 'en nosotros', porque pedimos que lo sea en todos los hombres” (Tertuliano, De Oratione, 3, 4: PL 1, 1259).

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