domingo, 17 de mayo de 2009
Hch 26, 12-18 Para hacerte ministro y testigo
(Hch 26, 12-18) Para hacerte ministro y testigo
[12] Una vez, cuando me dirigía a Damasco con plenos poderes y con la orden de los sumos sacerdotes, [13] en el camino, hacia el mediodía, vi una luz más brillante que el sol, que venía del cielo y me envolvía a mí y a los que me acompañaban. [14] Todos caímos en tierra, y yo oí una voz que me decía en hebreo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Te lastimas al dar coces contra el aguijón”. [15] Yo respondí: “¿Quién eres, Señor?”. Él me dijo: “Soy Jesús, a quien tú persigues. [16] Levántate y permanece de pie, porque me he aparecido a ti para hacerte ministro y testigo de las cosas que has visto y de aquellas en que yo me manifestaré a ti. [17] Te libraré de los judíos y de las naciones paganas. A ellas te envío [18] para que les abras los ojos, y se conviertan de las tinieblas a la luz y del imperio de Satanás al verdadero Dios, y por la fe en mí, obtengan el perdón de los pecados y su parte en la herencia de los santos”.
(C.I.C 2018) La justificación, como la conversión, presenta dos aspectos. Bajo la moción de la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto. (C.I.C 2022) La iniciativa divina en la obra de la gracia previene, prepara y suscita la respuesta libre del hombre. La gracia responde a las aspiraciones profundas de la libertad humana; y la llama a cooperar con ella, y la perfecciona. (C.I.C 2020) La justificación nos fue merecida por la Pasión de Cristo. Nos es concedida mediante el Bautismo. Nos conforma con la justicia de Dios que nos hace justos. Tiene como finalidad la gloria de Dios y de Cristo y el don de la vida eterna. Es la obra más excelente de la misericordia de Dios. (C.I.C 2017) La gracia del Espíritu Santo nos confiere la justicia de Dios. El Espíritu, uniéndonos por medio de la fe y el Bautismo a la Pasión y a la Resurrección de Cristo, nos hace participar en su vida. (C.I.C 2021) La gracia es el auxilio que Dios nos da para responder a nuestra vocación de llegar a ser sus hijos adoptivos. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria.
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