sábado, 2 de mayo de 2009

Hch 20, 17-23 Cadenas y tribulaciones me esperan

(Hch 20, 17-23) Cadenas y tribulaciones me esperan
[17] Desde Mileto, mandó llamar a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso. [18] Cuando estos llegaron, Pablo les dijo: «Ya saben cómo me he comportado siempre con ustedes desde el primer día que puse el pie en la provincia de Asia. [19] He servido al Señor con toda humildad y con muchas lágrimas, en medio de las pruebas a que fui sometido por las insidias de los judíos. [20] Ustedes saben que no he omitido nada que pudiera serles útil: les prediqué y les enseñé tanto en público como en privado, [21] instando a judíos y a paganos a convertirse a Dios y a creer en nuestro Señor Jesús. [22] Y ahora, como encadenado por el Espíritu, voy a Jerusalén sin saber lo que me sucederá allí. [23] Sólo sé que, de ciudad en ciudad, el Espíritu Santo me va advirtiendo cuántas cadenas y tribulaciones me esperan.
(C.I.C 861) "Para que continuase después de su muerte la misión a ellos confiada, [los Apostoles] encargaron mediante una especie de testamento a sus colaboradores más inmediatos que terminaran y consolidaran la obra que ellos empezaron. Les encomendaron que cuidaran de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les había puesto para ser los pastores de la Iglesia de Dios. Nombraron, por tanto, de esta manera a algunos varones y luego dispusieron que, después de su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el ministerio" (Lumen gentium, 20; cf. San Clemente Romano, Epistula ad Corinthios, 42, 4; 44, 2). (C.I.C 862) "Así como permanece el ministerio confiado personalmente por el Señor a Pedro, ministerio que debía ser transmitido a sus sucesores, de la misma manera permanece el ministerio de los Apóstoles de apacentar la Iglesia, que debe ser ejercido perennemente por el orden sagrado de los obispos". Por eso, la Iglesia enseña que "por institución divina los obispos han sucedido a los apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha, escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que lo envió" (Lumen gentium, 20).

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