martes, 19 de mayo de 2009

Hch 27, 1-14 Debíamos embarcarnos para Italia

Hechos 27
(Hch 27, 1-14) Debíamos embarcarnos para Italia
[1] Cuando se decidió que debíamos embarcarnos para Italia, confiaron a Pablo y a otros prisioneros a un centurión de la cohorte imperial, llamado Julio. [2] Subimos a bordo de un barco de Adramicio que se dirigía a las costas de Asia, y zarpamos. Iba con nosotros Aristarco, un macedonio de Tesalónica. [3] Al día siguiente, llegamos a Sidón. Julio trató a Pablo con mucha consideración y le permitió ir a ver a sus amigos y ser atendido por ellos. [4] De allí, partimos y navegamos al resguardo de la isla de Chipre, porque soplaban vientos contrarios; [5] después, atravesando el mar de Cilicia y de Panfilia, llegamos a Mira de Licia. [6] Allí, el centurión encontró un barco alejandrino que iba a zarpar rumbo a Italia, y nos hizo embarcar en él. [7] Durante varios días, navegamos lentamente y, a duras penas, llegamos a la altura de Cnido. Como el viento era desfavorable, navegamos al resguardo de la isla de Creta hacia el cabo Salmoné, [8] y después de haberlo bordeado con gran dificultad, llegamos a un punto llamado Buenos Puertos, cerca de la ciudad de Lasea. [9] Ya había transcurrido bastante tiempo y la navegación se hacía peligrosa, porque había pasado la época del Ayuno solemne. Entonces Pablo les advirtió: [10] «Amigos, veo que la navegación no podrá continuar sin riesgo y sin graves pérdidas, no sólo para la carga y el barco, sino también para nuestras propias vidas». [11] Pero el centurión confiaba más en el capitán y en el patrón del barco que en las palabras de Pablo; [12] y como el puerto no se prestaba para invernar, la mayoría opinó que era mejor partir y llegar cuanto antes a Fenice, un puerto de Creta que mira hacia el suroeste y el noroeste, para pasar allí el invierno. [13] En ese preciso momento, se levantó una brisa del sur y creyeron que podrían realizar este proyecto. Zarparon y comenzaron a bordear la isla de Creta. [14] Pero muy pronto se desencadenó un huracán llamado Euraquilón, que provenía de la isla.
(C.I.C 302) La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada "en estado de vía" (in statu viae) hacia una perfección última todavía por alcanzar, a la que Dios la destinó. Llamamos divina providencia a las disposiciones por las que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección. “Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, ‘alcanzando con fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo suavemente’ (Sb 8, 1). Porque ‘todo está desnudo y patente a sus ojos’ (Hb 4, 13), incluso cuando haya de suceder por libre decisión de las criaturas (Concilio Vaticano I: DS 3003).

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