lunes, 25 de mayo de 2009
Rm 1, 16-17 Yo no me avergüenzo del Evangelio
(Rm 1, 16-17) Yo no me avergüenzo del Evangelio
[16] Yo no me avergüenzo del Evangelio, porque es el poder de Dios para la salvación de todos los que creen: de los judíos en primer lugar, y después de los que no lo son. [17] En el Evangelio se revela la justicia de Dios, por la fe y para la fe, conforme a lo que dice la Escritura: El justo vivirá por la fe.
(C.I.C 1814) La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma. Por la fe ‘el hombre se entrega entera y libremente a Dios’ (Dei verbum, 5). Por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. ‘El justo […] vivirá por la fe’ (Rm 1, 17). La fe viva ‘actúa por la caridad’ (Ga 5, 6). (C.I.C 1815) El don de la fe permanece en el que no ha pecado contra ella (Cf. Concilio de Trento: DS 1545). Pero, ‘la fe sin obras está muerta’ (St 2, 26): privada de la esperanza y de la caridad, la fe no une plenamente el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de su Cuerpo. (C.I.C 1816) El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: “Todos […] vivan preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia” (Lumen gentium, 42; Cf. Dignitatis humanae, 14). El servicio y el testimonio de la fe son requeridos para la salvación: “Todo […] aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32-33).
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