viernes, 22 de mayo de 2009

Hch 28, 11-15 Dio gracias a Dios, se sintió reconfortado

(Hch 28, 11-15) Dio gracias a Dios, se sintió reconfortado
[11] Al cabo de tres meses nos embarcamos en un navío que había permanecido en la isla durante el invierno; era un barco alejandrino que tenía la insignia de Cástor y Pólux. [12] Hicimos escala en Siracusa, donde permanecimos tres días. [13] De allí, bordeando la costa llegamos a Regio. Al día siguiente, se levantó un viento del sur, y en dos días llegamos a Pozzuoli, [14] donde encontramos a unos hermanos que nos invitaron a permanecer una semana con ellos. Luego llegamos a Roma. [15] Los hermanos de esta ciudad, informados de nuestra llegada, nos salieron al encuentro y nos alcanzaron a la altura del «Foro de Apio» y en las «Tres Tabernas». Pablo, al verlos, dio gracias a Dios y se sintió reconfortado.
(C.I.C 788) Cuando fueron privados los discípulos de su presencia visible, Jesús no los dejó huérfanos (cf. Jn 14, 18). Les prometió quedarse con ellos hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28, 20), les envió su Espíritu (cf. Jn 20, 22; Hch 2, 33). Por eso, la comunión con Jesús se hizo en cierto modo más intensa: "Por la comunicación de su Espíritu a sus hermanos, reunidos de todos los pueblos, Cristo los constituye místicamente en su cuerpo" (Lumen gentium, 7). (C.I.C 2074) Jesús dice: ‘Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada’ (Jn 15, 5). El fruto evocado en estas palabras es la santidad de una vida hecha fecunda por la unión con Cristo. Cuando creemos en Jesucristo, participamos en sus misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador mismo ama en nosotros a su Padre y a sus hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su persona viene a ser, por obra del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar. ‘Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado’ (Jn 15, 12).

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