domingo, 3 de mayo de 2009

Hch 20, 29-38 La felicidad está más en dar que en recibir

(Hch 20, 29-38) La felicidad está más en dar que en recibir
[29] Yo sé que después de mi partida se introducirán entre ustedes lobos rapaces que no perdonarán al rebaño. [30] Y aun de entre ustedes mismos, surgirán hombres que tratarán de arrastrar a los discípulos con doctrinas perniciosas. [31] Velen, entonces, y recuerden que durante tres años, de noche y de día, no he cesado de aconsejar con lágrimas a cada uno de ustedes. [32] Ahora los encomiendo al Señor y a la Palabra de su gracia, que tiene poder para construir el edificio y darles la parte de la herencia que les corresponde, con todos los que han sido santificados. [33] En cuanto a mí, no he deseado ni plata ni oro ni los bienes de nadie. [34] Ustedes saben que con mis propias manos he atendido a mis necesidades y a las de mis compañeros. [35] De todas las maneras posibles, les he mostrado que así, trabajando duramente, se debe ayudar a los débiles, y que es preciso recordar las palabras del Señor Jesús: “La felicidad está más en dar que en recibir”». [36] Después de decirles esto, se arrodilló y oró junto a ellos. [37] Todos se pusieron a llorar, abrazaron a Pablo y lo besaron afectuosamente, [38] apenados sobre todo porque les había dicho que ya no volverían a verlo. Después lo acompañaron hasta el barco.
(C.I.C 798) El Espíritu Santo es "el principio de toda acción vital y verdaderamente saludable en todas las partes del cuerpo" (Pío XII, Mystici Corporis: DS 3808). Actúa de múltiples maneras en la edificación de todo el Cuerpo en la caridad (cf. Ef 4, 16): por la Palabra de Dios, "que tiene el poder de construir el edificio" (Hch 20, 32), por el Bautismo mediante el cual forma el Cuerpo de Cristo (cf. 1Co 12, 13); por los sacramentos que hacen crecer y curan a los miembros de Cristo; por "la gracia concedida a los apóstoles" que "entre estos dones destaca" (Lumen gentium, 7), por las virtudes que hacen obrar según el bien, y por las múltiples gracias especiales [llamadas "carismas"] mediante las cuales los fieles quedan "preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen a renovar y construir más y más la Iglesia" (Lumen gentium, 12; cf. Apostolicam actuositatem, 3). (C.I.C 2636) Las primeras comunidades cristianas vivieron intensamente esta forma de participación (cf. Hch 12, 5; 20, 36; 21, 5; 2Co 9, 14). El Apóstol Pablo les hace participar así en su ministerio del Evangelio (cf. Ef 6, 18-20; Col 4, 3-4; 1Ts 5, 25); él intercede también por las comunidades (cf. 2Ts 1, 11; Col 1, 3; Flp 1, 3-4). La intercesión de los cristianos no conoce fronteras: "por todos los hombres, por […] todos los constituídos en autoridad" (1Tm 2, 1), por los perseguidores (cf. Rm 12, 14), por la salvación de los que rechazan el Evangelio (cf. Rm 10, 1).

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