miércoles, 20 de mayo de 2009

Hch 27, 23-29 Se me apareció un ángel de Dios

(Hch 27, 23-29) Se me apareció un ángel de Dios
[23] Esta noche, se me apareció un ángel del Dios al que yo pertenezco y al que sirvo, [24] y me dijo: “No temas, Pablo. Tú debes comparecer ante el Emperador y Dios te concede la vida de todos los que navegan contigo”. [2]5 Por eso, amigos, tengan valor. Yo confío que Dios cumplirá lo que me ha dicho. [26] Pero tendremos que encallar contra una isla». [27] En la decimocuarta noche, todavía íbamos a la deriva por el Adriático, cuando hacia la medianoche, los marineros presintieron la cercanía de tierra firme. [28] Echaron la sonda al mar y comprobaron que había una profundidad de alrededor de unos treinta y seis metros. Un poco más adelante, la echaron de nuevo y vieron que había unos veintisiete metros. [29] Temiendo que fuéramos a chocar contra unos escollos, soltaron cuatro anclas por la popa, esperando ansiosamente que amaneciera.
(C.I.C 301) Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza: “Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si algo odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida” (Sb 11, 24-26). (C.I.C 307) Dios concede a los hombres incluso poder participar libremente en su providencia confiándoles la responsabilidad de "someter'' la tierra y dominarla (cf. Gn 1, 26-28). Dios da así a los hombres el ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para perfeccionar su armonía para su bien y el de sus prójimos. Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones, sino también por sus sufrimientos (cf. Col I, 24) Entonces llegan a ser plenamente "colaboradores […] de Dios" (1Co 3, 9; 1Ts 3, 2) y de su Reino (cf. Col 4, 11). (C.I.C 334) De aquí que toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles (cf. Hch 5, 18-20; 8, 26-29; 10, 3-8; 12, 6-11; 27, 23-25).

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