martes, 19 de mayo de 2009
Hch 27, 15-22 Ninguno de ustedes perecerá
(Hch 27, 15-22) Ninguno de ustedes perecerá
[15] Como el barco no podía resistir al viento, fue arrastrado y nos dejamos llevar a la deriva. [16] Navegando a cubierto de una pequeña isla, llamada Cauda, a duras penas conseguimos recoger el bote salvavidas. [17] Después de subirlo, se utilizaron los cables de refuerzo para asegurar el casco de la nave. Luego, por temor de encallar en los bancos de Sirtes, se bajó el ancla, dejándola suelta, y así navegamos a la deriva. [18] Al día siguiente, como la tormenta todavía arreciaba, los marineros comenzaron a arrojar el cargamento. [19] Al tercer día, echaron al agua con sus propias manos los aparejos del barco. [20] Desde hacía varios días no se veía el sol ni las estrellas, y la tormenta seguía con la misma violencia, de modo que ya habíamos perdido toda esperanza de salvación. [21] Como ya hacía tiempo que no comíamos, Pablo, de pie en medio de todos, les dijo: «Amigos, debían haberme hecho caso: si no hubiéramos partido de Creta, nos hubiéramos ahorrado este riesgo y estas graves pérdidas. [22] De todas maneras, les ruego que tengan valor porque ninguno de ustedes perecerá; solamente se perderá el barco.
(C.I.C 321) La divina providencia consiste en las disposiciones por las que Dios conduce con sabiduría y amor todas las criaturas hasta su fin último. (C.I.C 322) Cristo nos invita al abandono filial en la providencia de nuestro Padre celestial (cf. Mt 6, 26-34) y el apóstol san Pedro insiste: "Confiadle todas vuestras preocupaciones pues él cuida de vosotros" (1P 5, 7; cf. Sal 55, 23). (C.I.C 303) El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las Sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el curso de los acontecimientos: "Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place lo realiza" (Sal 115, 3); y de Cristo se dice: "si Él abre, nadie puede cerrar; si Él cierra, nadie puede abrir" (Ap 3, 7); "hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza" (Pr 19, 21).
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