viernes, 30 de enero de 2015
362. ¿Qué es la bienaventuranza eterna? (Primera parte)
(Compendio 362) a bienaventuranza consiste en la visión
de Dios en la vida eterna, cuando seremos en plenitud «partícipes de la
naturaleza divina» (2 P 1, 4), de la gloria de Cristo y del gozo de la vida
trinitaria. La bienaventuranza sobrepasa la capacidad humana; es un don
sobrenatural y gratuito de Dios, como la gracia que nos conduce a ella. La
promesa de la bienaventuranza nos sitúa frente a opciones morales decisivas
respecto de los bienes terrenales, estimulándonos a amar a Dios sobre todas las
cosas.
Resumen
(C.I.C 1727) La bienaventuranza de
la vida eterna es un don gratuito de Dios; es sobrenatural como también lo es
la gracia que conduce a ella.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1720) El Nuevo Testamento
utiliza varias expresiones para caracterizar la bienaventuranza a la que Dios
llama al hombre: la llegada del Reino de Dios (Cf. Mt 4, 17); la visión de
Dios: “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8; Cf. 1Jn
3, 2; 1Co 13, 12); la entrada en el gozo del Señor (Cf. Mt 25, 21. 23); la
entrada en el Descanso de Dios (Hb 4, 7-11): “Allí descansaremos y veremos;
veremos y nos amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin
sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin? (San
Agustín, De civitate Dei, 22, 30: PL
41, 804).
Para la reflexión
(C.I.C 1723) La bienaventuranza
prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar
nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima
de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el
bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por
útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna
criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor: “El dinero es
el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje ‘instintivo’ la multitud, la
masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna
también, miden la honorabilidad [...] Todo esto se debe a la convicción […] de que
con la riqueza se puede todo. La riqueza por tanto es uno de los ídolos de
nuestros días, y la notoriedad es otro [...] La notoriedad, el hecho de ser
reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de
prensa), ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo, un bien
soberano, un objeto de verdadera veneración”. (Juan Enrique Newman, Discourses addressed to Mixed Congregations,
5 [Saintliness the Standard of Christian
Principle] p. 89-91). (Continua)
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