miércoles, 21 de enero de 2015
355. ¿Qué expresan las exequias?
(Compendio 355) Las exequias, aunque se celebren según
diferentes ritos, respondiendo a las situaciones y a las tradiciones de cada
región, expresan el carácter pascual de la muerte cristiana, en la esperanza de
la resurrección, y el sentido de la comunión con el difunto, particularmente
mediante la oración por la purificación de su alma.
Resumen
(C.I.C 1685) Los diferentes ritos
de las exequias expresan el carácter
pascual de la muerte cristiana y responden a las situaciones y a las
tradiciones de cada región, aun en lo referente al color litúrgico (Cf. Sacrosanctum Concilium, 81). (C.I.C
1015) Caro
salutis est cardo ("La carne es soporte de la salvación")
(Tertuliano, De resurrectione mortuorum,
8, 2: PL 2, 852). Creemos en Dios que es el creador de la carne; creemos en el
Verbo hecho carne para rescatar la carne; creemos en la resurrección de la
carne, perfección de la creación y de la redención de la carne.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1684) Las exequias
cristianas son una celebración litúrgica de la Iglesia. El ministerio de la
Iglesia pretende expresar también aquí la comunión eficaz con el difunto, hacer participar en esa
comunión a la asamblea reunida para
las exequias y anunciarle la vida eterna. (C.I.C 1012) La visión cristiana de la muerte (cf. 1Ts 4, 13-14) se expresa de
modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia: “La vida de los que en ti
creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada
terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo” (Prefacio de difuntos, Misal Romano).
Para la reflexión
(C.I.C 1011) En la muerte Dios
llama al hombre hacia sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la
muerte un deseo semejante al de San Pablo: "Deseo partir y estar con
Cristo" (Flp 1, 23); y puede transformar su propia muerte en un acto de
obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo (cf. Lc 23, 46): “Mi
deseo terreno ha sido crucificado; [...] hay en mí un agua viva que murmura y
que dice desde dentro de mí "Ven al Padre" (San Ignacio de Antioquía,
Epistula ad Romanos, 7, 2). “Yo quiero ver a Dios y para verlo es
necesario morir” (Santa Teresa de Jesús, Poesia 7). “Yo no muero, entro en la
vida” (Santa Teresa del Niño Jesús, Lettre,
9 junio 1897). (C.I.C 1010) Gracias a Cristo,
la muerte cristiana tiene un sentido positivo. "Para mí, la vida es Cristo
y morir una ganancia" (Flp 1, 21). "Es cierta esta afirmación: si
hemos muerto con él, también viviremos con él" (2Tm 2, 11). La novedad
esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya
sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida nueva; y si
morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este "morir con
Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación a Él en su acto redentor: “Para
mí es mejor morir en (eis) Cristo
Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a Él, que ha
muerto por nosotros; lo quiero a Él, que ha resucitado por nosotros. Mi parto
se aproxima [...] Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un
hombre” (San Ignacio de Antioquía, Epistula
ad Romanos 6, 1-2).
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