martes, 20 de enero de 2015
354. ¿Qué relación existe entre los sacramentos y la muerte del cristiano?
(Compendio 354) El cristiano que muere en Cristo alcanza,
al final de su existencia terrena, el cumplimiento de la nueva vida iniciada
con el Bautismo, reforzada con la Confirmación y alimentada en la Eucaristía,
anticipo del banquete celestial. El sentido de la muerte del cristiano se
manifiesta a la luz de la Muerte y Resurrección de Cristo, nuestra única
esperanza; el cristiano que muere en Cristo Jesús va «a vivir con el Señor» (2
Co 5, 8).
Resumen
(C.I.C 1680) Todos los
sacramentos, principalmente los de la iniciación cristiana, tienen como fin
último la Pascua definitiva del cristiano, es decir, la que a través de la
muerte hace entrar al creyente en la vida del Reino. Entonces se cumple en él
lo que la fe y la esperanza han confesado: "Espero la resurrección de los
muertos y la vida del mundo futuro" (Símbolo Niceno-Constantinopolitano:
DS 150).
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1681) El sentido cristiano
de la muerte es revelado a la luz del Misterio
Pascual de la muerte y de la resurrección de Cristo, en quien radica
nuestra única esperanza. El cristiano que muere en Cristo Jesús "sale de
este cuerpo para vivir con el Señor" (2Co 5,8). (C.I.C 1682) El día de la muerte inaugura para el cristiano, al término de su vida sacramental, la
plenitud de su nuevo nacimiento comenzado en el Bautismo, la
"semejanza" definitiva a "imagen del Hijo", conferida por
la Unción del Espíritu Santo y la participación en el Banquete del Reino
anticipado en la Eucaristía, aunque pueda todavía necesitar últimas
purificaciones para revestirse de la túnica nupcial.
Para la reflexión
(C.I.C 1683) La Iglesia que, como
Madre, ha llevado sacramentalmente en su seno al cristiano durante su
peregrinación terrena, lo acompaña al término de su caminar para entregarlo
"en las manos del Padre". La Iglesia ofrece al Padre, en Cristo, al
hijo de su gracia, y deposita en la tierra, con esperanza, el germen del cuerpo
que resucitará en la gloria (Cf. 1Co 15,42-44). Esta ofrenda es plenamente
celebrada en el Sacrificio Eucarístico; las bendiciones que preceden y que
siguen son sacramentales.
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