domingo, 11 de enero de 2015
346. ¿Cuáles son los efectos del sacramento del Matrimonio? (Segunda parte - continuación)
(Compendio 346 - repetición) El
sacramento del Matrimonio crea entre los cónyuges un vínculo perpetuo y
exclusivo. Dios mismo ratifica el consentimiento de los esposos. Por tanto, el
Matrimonio rato y consumado entre bautizados no podrá ser nunca disuelto. Por
otra parte, este sacramento confiere a los esposos la gracia necesaria para
alcanzar la santidad en la vida conyugal y acoger y educar responsablemente a
los hijos.
Resumen
(C.I.C 1638) "Del matrimonio
válido se origina entre los cónyuges un vínculo
perpetuo y exclusivo por su misma naturaleza; además, en el matrimonio
cristiano los cónyuges son fortalecidos y quedan como consagrados por un sacramento peculiar para los deberes
y la dignidad de su estado" (CIC canon 1134).
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1641) "En su estado y modo
de vida, los cónyuges cristianos tienen su carisma propio en el Pueblo de
Dios" (Lumen gentium, 11). Esta
gracia propia del sacramento del matrimonio está destinada a perfeccionar el
amor de los cónyuges, a fortalecer su unidad indisoluble. Por medio de esta
gracia "se ayudan mutuamente a santificarse con la vida matrimonial
conyugal y en la acogida y educación de los hijos" (Lumen gentium, 11, 41).
Para la reflexión
(C.I.C 1642) Cristo es la fuente de esta gracia. "Pues de la misma manera
que Dios en otro tiempo salió al encuentro de su pueblo por una alianza de amor
y fidelidad, ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, mediante
el sacramento del matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos"
(Gaudium et spes, 48). Permanece con ellos, les da la fuerza de seguirle
tomando su cruz, de levantarse después de sus caídas, de perdonarse mutuamente,
de llevar unos las cargas de los otros (cf. Ga 6,2), de estar "sometidos
unos a otros en el temor de Cristo" (Ef 5,21) y de amarse con un amor
sobrenatural, delicado y fecundo. En las alegrías de su amor y de su vida
familiar les da, ya aquí, un gusto anticipado del banquete de las bodas del
Cordero: “¿De dónde voy a sacar la fuerza para describir de manera
satisfactoria la dicha del matrimonio que celebra la Iglesia, que confirma la
ofrenda, que sella la bendición, que los ángeles proclaman, el Padre celestial
ratifica? [...] ¡Qué matrimonio el de dos cristianos, unidos por una sola
esperanza, un solo deseo, una sola disciplina, el mismo servicio! Los dos hijos
de un mismo Padre, servidores de un mismo Señor; nada los separa, ni en el
espíritu ni en la carne; al contrario, son verdaderamente dos en una sola
carne. Donde la carne es una, también es uno el espíritu” (Tertuliano, Ad uxorem 2, 8, 6-7: PL 1, 1415-1416;
cf. Familiaris Consortio, 13). [Fin]
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