martes, 27 de enero de 2015
359. ¿Cómo alcanza el hombre la bienaventuranza?
(Compendio 359) El hombre alcanza la bienaventuranza en
virtud de la gracia de Cristo, que lo hace partícipe de la vida divina. En el
Evangelio Cristo señala a los suyos el camino que lleva a la felicidad sin fin:
las Bienaventuranzas. La gracia de Cristo obra en todo hombre que, siguiendo la
recta conciencia, busca y ama la verdad y el bien, y evita el mal.
Resumen
(C.I.C 1727) La bienaventuranza de
la vida eterna es un don gratuito de Dios; es sobrenatural como también lo es
la gracia que conduce a ella.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1716) Las bienaventuranzas
están en el centro de la predicación de Jesús. Con ellas Jesús recoge las
promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona
ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los cielos:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los
cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la
tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán
saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a
Dios. Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos
de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos
es el Reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, os
persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos.
Para la reflexión
(C.I.C 2546) ‘Bienaventurados los pobres en el espíritu’ (Mt
5, 3). Las bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de gracia, de
belleza y de paz. Jesús celebra la alegría de los pobres, a quienes pertenece
ya el Reino (cf. Lc 6, 20): “El Verbo llama ‘pobreza en el Espíritu’ a la
humildad voluntaria de un espíritu humano y su renuncia; el apóstol nos da como
ejemplo la pobreza de Dios cuando dice: ‘Se hizo pobre por nosotros’” (2Co 8,
9; San Gregorio de Nisa, De
beatitudinibus, oratio 1: PG 44, 1200).
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