jueves, 31 de mayo de 2012
Gn 19,12-13; 24-25 Sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego
12 Después los
hombres preguntaron a Lot: «¿Tienes aquí algún otro pariente? Saca de este
lugar a tus hijos e hijas y a cualquier otro de los tuyos que esté en la
ciudad. 13 porque estamos a punto de destruir este lugar: ha llegado hasta la
presencia del Señor un clamor tan grande contra esta gente, que él nos ha
enviado a destruirlo». … 24 Entonces el Señor hizo llover sobre Sodoma y
Gomorra azufre y fuego que descendían del cielo. 25 Así destruyó esas ciudades
y toda la extensión de la región baja, junto con los habitantes de las ciudades
y la vegetación del suelo.
(C.I.C 1861) El pecado mortal es una
posibilidad radical de la libertad humana como lo es también el amor. Entraña
la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir,
del estado de gracia. Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de
Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno;
de modo que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin
retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar que un acto es en sí una falta
grave, el juicio sobre las personas debemos confiarlo a la justicia y a la
misericordia de Dios. (C.I.C 1034) Jesús habla
con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se
apaga" (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta
el fin de su vida rehusan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez
el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que
"enviará a sus ángeles […]
que recogerán a todos los autores de iniquidad, y los arrojarán al horno
ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos
de mí malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41). (C.I.C 1035) La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del
infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal
descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren
las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801;
858; 1002; 1351; 1575; Pablo VI Sollemnis
Professio fidei, 12). La pena principal del infierno consiste en la
separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y
la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
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