jueves, 3 de mayo de 2012
Gn 4,25-26 Se comenzó a invocar el nombre del Señor
25 Adán se unió a su mujer, y ella tuvo un hijo, al que
puso el nombre de Set, diciendo: «Dios me dio otro descendiente en lugar de
Abel, porque Caín lo mató». 26 También Set tuvo un hijo, al que llamó Enós. Fue
entonces cuando se comenzó a invocar el nombre del Señor.
(C.I.C 2567) Dios es quien primero llama al hombre.
Olvide el hombre a su Creador o se esconda lejos de su faz, corra detrás de sus
ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero
llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración.
Esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero en la oración, la
actitud del hombre es siempre una respuesta. A medida que Dios se revela, y
revela al hombre a sí mismo, la oración aparece como un llamamiento recíproco,
un hondo acontecimiento de Alianza. A través de palabras y de actos, tiene
lugar un trance que compromete el corazón humano. Este se revela a través de
toda la historia de la salvación. (C.I.C 2568) La revelación de la oración en
el Antiguo Testamento se inscribe entre la caída y la elevación del hombre,
entre la llamada dolorosa de Dios a sus primeros hijos: "¿Dónde estás? [...]
¿Por qué lo has hecho?" (Gn 3, 9. 13) y la respuesta del Hijo único al
entrar en el mundo: "He aquí que vengo [...] a hacer, oh Dios, tu
voluntad" (Hb 10, 5-7). De este modo, la oración está unida a la historia
de los hombres; es la relación con Dios en los acontecimientos de la historia
humana. (C.I.C 2569) La oración se vive primeramente a partir de las realidades
de la creación. Los nueve primeros
capítulos del Génesis describen esta relación con Dios como ofrenda por Abel de
los primogénitos de su rebaño (cf. Gn 4, 4), como invocación del nombre divino
por Enós (cf. Gn 4, 26), como "marcha con Dios" (Gn 5, 24). La
ofrenda de Noé es "agradable" a Dios que le bendice y, a través de
él, bendice a toda la creación (cf. Gn 8, 20-9, 17), porque su corazón es justo
e íntegro; él también "marcha con Dios" (Gn 6, 9). Este carácter de
la oración ha sido vivido, en todas las religiones, por una muchedumbre de
hombres piadosos. En su alianza indefectible con todos los seres vivientes (cf.
Gn 9, 8-16), Dios llama siempre a los hombres a orar. Pero, en el Antiguo
Testamento, la oración se revela sobre todo a partir de nuestro padre Abraham.
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