lunes, 21 de mayo de 2012
Gn 18,1-9 El Señor se apareció a Abraham
1 El Señor se
apareció a Abraham junto al encinar de Mamré, mientras él estaba sentado a la
entrada de su carpa, a la hora de más calor. 2 Alzando los ojos, divisó a tres
hombres que estaban parados cerca de él. Apenas los vio, corrió a su encuentro
desde la entrada de la carpa y se inclinó hasta el suelo. 3 diciendo: «Señor
mío, si quieres hacerme un favor, te ruego que no pases de largo delante de tu
servidor. 4 Yo haré que les traigan un poco de agua. Lávense los pies y
descansen a la sombra del árbol. 5 Mientras tanto, iré a buscar un trozo de
pan, para que ustedes reparen sus fuerzas antes de seguir adelante. ¡Por algo
han pasado junto a su servidor!». Ellos respondieron: «Está bien. Puedes hacer
lo que dijiste». 6 Abraham fue rápidamente a la carpa donde estaba Sara y le
dijo: «¡Pronto! Toma tres medidas de la mejor harina, amásalas y prepara unas
tortas».7 Después fue corriendo hasta el corral, eligió un ternero tierno y
bien cebado, y lo entregó a su sirviente, que de inmediato se puso a
prepararlo.8 Luego tomó cuajada, leche y el ternero ya preparado, y se los
sirvió. Mientras comían, él se quedó de pie al lado de ellos, debajo del árbol.
9 Ellos le preguntaron: «¿Dónde está Sara, tu mujer?». «Ahí en la carpa», les
respondió.
(C.I.C 706) Contra toda esperanza humana, Dios promete a
Abraham una descendencia, como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo
(cf. Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38. 54-55; Jn 1, 12-13; Rm 4, 16-21). En ella serán
bendecidas todas las naciones de la tierra (cf. Gn 12, 3). Esta descendencia
será Cristo (cf. Ga 3, 16) en quien la efusión del Espíritu Santo formará
"la unidad de los hijos de Dios dispersos" (cf. Jn 11, 52).
Comprometiéndose con juramento (cf. Lc 1, 73), Dios se obliga ya al don de su
Hijo Amado (cf. Gn 22, 17-19; Rm 8, 32;Jn 3, 16) y al don del "Espíritu
Santo de la Promesa, que es prenda para redención del Pueblo de su
posesión" (Ef 1, 13-14; cf. Ga 3, 14). (C.I.C 489) A
lo largo de toda la Antigua Alianza, la misión de María fue preparada por la
misión de algunas santas mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su
desobediencia, recibe la promesa de una descendencia que será vencedora del
Maligno (cf. Gn 3, 15) y la de ser la Madre de todos los vivientes (cf. Gn 3,
20). En virtud de esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su edad
avanzada (cf. Gn 18, 10-14; 21,1-2). Contra toda expectativa humana, Dios
escoge lo que era tenido por impotente y débil (cf. 1Co 1, 27) para mostrar la
fidelidad a su promesa: Ana, la madre de Samuel (cf. 1S 1), Débora, Rut, Judit,
y Ester, y muchas otras mujeres. María "sobresale entre los humildes y los
pobres del Señor, que esperan de él con confianza la salvación y la acogen.
Finalmente, con ella, la excelsa Hija de Sión, después de la larga espera de la
promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación" (Lumen gentium, 55).
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