martes, 29 de mayo de 2012
Gn 19,4-7 Les suplico que no cometan esa ruindad
4 Aún no se habían
acostado, cuando los hombres de la ciudad, los hombres de Sodoma, se agolparon
alrededor de la casa. Estaba la población en pleno, sin excepción alguna, desde
el más joven hasta el más viejo. 5 Entonces llamaron a Lot y le dijeron:
«¿Dónde están esos hombres que vinieron a tu casa esta noche? Tráelos afuera
para que tengamos relaciones con ellos». 6 Lot se presentó ante ellos a la
entrada de la casa, y cerrando la puerta detrás de sí, 7 dijo: «Amigos, les
suplico que no cometan esa ruindad.
(C.I.C 1867) La tradición
catequética recuerda también que existen ‘pecados
que claman al cielo’. Claman al cielo: la sangre de Abel (cf. Gn 4, 10); el
pecado de los sodomitas (cf. Gn 18, 20; 19, 13); el clamor del pueblo oprimido
en Egipto (cf. Ex 3, 7-10); el lamento del extranjero, de la viuda y el
huérfano (cf. Ex 22, 20-22); la injusticia para con el asalariado (cf. Dt 24,
14-15; St 5, 4). (C.I.C 2357)
La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que
experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del
mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas.
Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la
Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf. Gn 19, 1-29;
Rm 1, 24-27; 1Co 6, 10; 1Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que ‘los
actos homosexuales son intrínsecamente desordenados’ (Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el
acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad
afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.
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