miércoles, 9 de mayo de 2012
Gn 8,14-22 Luego Noé levantó un altar al Señor
14 Y el vigesimoséptimo día del mes, la tierra ya estaba
seca. 15 Entonces Dios dijo a Noé: 16 «Sal del arca con tu mujer, tus hijos y
las mujeres de tus hijos. 17 Saca también a todos los seres vivientes que están
contigo –aves, ganado o cualquier clase de animales que se arrastran por el
suelo– y que ellos llenen la tierra, sean fecundos y se multipliquen», 18 Noé
salió acompañado de sus hijos, de su mujer y de las mujeres de sus hijos. 19
Todo lo que se mueve por el suelo; todas las bestias, todos los reptiles y
todos los pájaros salieron del arca, un grupo detrás de otro. 20 Luego Noé
levantó un altar al Señor, y tomando animales puros y pájaros puros de todas
clases, ofreció holocaustos sobre el altar. 21 Cuando el Señor aspiró el aroma
agradable, se dijo a sí mismo: «Nunca más volveré a maldecir el suelo por causa
del hombre, porque los designios del corazón humano son malos desde su juventud;
ni tampoco volveré a castigar a todos los seres vivientes, como acabo de
hacerlo. 22 De ahora en adelante, mientras dure la tierra, no cesarán la
siembra y la cosecha, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la
noche».
(C.I.C 701) La paloma. Al final del diluvio (cuyo
simbolismo se refiere al Bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve con una
rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es habitable de nuevo (cf.
Gn 8, 8-12). Cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en
forma de paloma, baja y se posa sobre él (cf. Mt 3, 16 par.). El Espíritu
desciende y reposa en el corazón purificado de los bautizados. En algunos
templos, la Santa Reserva eucarística se conserva en un receptáculo metálico en
forma de paloma (el columbarium),
suspendido por encima del altar. El símbolo de la paloma para sugerir al
Espíritu Santo es tradicional en la iconografía cristiana. (C.I.C 2099) Es
justo ofrecer a Dios sacrificios en señal de adoración y de gratitud, de
súplica y de comunión: “Verdadero sacrificio es toda obra que se hace con el
fin de unirnos a Dios en santa compañia, es decir, relacionada con el fin del
bien, merced al cual podemos verdaderamente felices” (San Agustín, De civitate
Dei, 10, 6: PL 41, 283). (C.I.C 2100) El sacrificio exterior, para ser
auténtico, debe ser expresión del sacrificio espiritual. ‘Mi sacrificio es un
espíritu contrito...’ (Sal 51, 19). Los profetas de la Antigua Alianza
denunciaron con frecuencia los sacrificios hechos sin participación interior (Cf.
Am 5, 21-25) o sin relación con el amor al prójimo (Cf. Is 1, 10-20). Jesús
recuerda las palabras del profeta Oseas: ‘Misericordia quiero, que no
sacrificio’ (Mt 9, 13; 12, 7; cf. Os 6, 6). El único sacrificio perfecto es el
que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda total al amor del Padre y por nuestra
salvación (Cf. Hb 9, 13-14). Uniéndonos a su sacrificio, podemos hacer de
nuestra vida un sacrificio para Dios.
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