martes, 30 de septiembre de 2008

Lc 20, 3-8 Yo tampoco les diré con qué autoridad

(Lc 20, 3-8) Yo tampoco les diré con qué autoridad
[3] Jesús les respondió: «Yo también quiero preguntarles algo. Díganme: [4] El bautismo de Juan, ¿venía del cielo o de los hombres?». [5] Ellos se hacían este razonamiento: «Si respondemos: “Del cielo”, él nos dirá: “¿Por qué no creyeron en él?”. [6] Y si respondemos: “De los hombres”, todo el pueblo nos apedreará, porque está convencido de que Juan es un profeta». [7] Y le dijeron que no sabían de dónde venía. [8] Jesús les respondió: «Yo tampoco les diré con qué autoridad hago esto».
(C.I.C 156) El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos "a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos" (Concilio Vaticano I: DS 3008). "Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación" (Concilio Vaticano I: DS 3009). Los milagros de Cristo y de los santos (cf. Mc 16,20; Hch 2,4), las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad "son signos certísimos de la Revelación divina, adaptados a la inteligencia de todos" (Concilio Vaticano I: DS 3009), motivos de credibilidad que muestran que “el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu” (Concilio Vaticano I: DS 3010). (C.I.C 158) "La fe trata de comprender" (S. Anselmo de Canterbury, Proslogion, Proemium: Opera Omnia, v. 1, p. 94): es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor. La gracia de la fe abre "los ojos del corazón" (Ef 1,18) para una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado. Ahora bien, "para que la inteligencia de la Revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones" (Dei verbum, 5). Así, según el adagio de san Agustín "cree para comprender y comprende para creer mejor" (San Agustín, Sermo 43, 7, 9: PL 38, 258).

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