domingo, 21 de septiembre de 2008
Lc 17, 28-37 El que trate de salvar su vida, la perderá
(Lc 17, 28-37) El que trate de salvar su vida, la perderá
[28] Sucederá como en tiempos de Lot: se comía y se bebía, se compraba y se vendía, se plantaba y se construía. [29] Pero el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia de fuego y de azufre que los hizo morir a todos. [30] Lo mismo sucederá el Día en que se manifieste el Hijo del hombre. [31] En ese Día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, no baje a buscarlas. Igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. [32] Acuérdense de la mujer de Lot. [33] El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará. [34] Les aseguro que en esa noche, de dos hombres que estén comiendo juntos, uno será llevado y el otro dejado; [35] de dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra dejada». [36] . [37] Entonces le preguntaron: «¿Dónde sucederá esto, Señor?». Jesús les respondió: «Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres».
(C.I.C 681) El día del Juicio, al fin del mundo, Cristo vendrá en la gloria para llevar a cabo el triunfo definitivo del bien sobre el mal que, como el trigo y la cizaña, habrán crecido juntos en el curso de la historia. (C.I.C 682) Cristo glorioso, al venir al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos, revelará la disposición secreta de los corazones y retribuirá a cada hombre según sus obras y según su aceptación o su rechazo de la gracia. (C.I.C 1720) El Nuevo Testamento utiliza varias expresiones para caracterizar la bienaventuranza a la que Dios llama al hombre: la llegada del Reino de Dios (cf. Mt 4, 17); la visión de Dios: “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8; cf. 1Jn 3, 2; 1Co 13, 12); la entrada en el gozo del Señor (cf. Mt 25, 21. 23); la entrada en el Descanso de Dios (Hb 4, 7-11): “Allí descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin? (San Agustín, De civitate Dei, 22, 30: PL 41, 804).
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