viernes, 5 de septiembre de 2008

Lc 12, 54-59 ¿Por qué no juzgan lo que es justo?

(Lc 12, 54-59) ¿Por qué no juzgan lo que es justo?
[54] Dijo también a la multitud: «Cuando ven que una nube se levanta en occidente, ustedes dicen en seguida que va a llover, y así sucede. [55] Y cuando sopla viento del sur, dicen que hará calor, y así sucede. [56] ¡Hipócritas! Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente? [57] ¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo? [58] Cuando vas con tu adversario a presentarte ante el magistrado, trata de llegar a un acuerdo con él en el camino, no sea que el adversario te lleve ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y este te ponga en la cárcel. [59] Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo».
(C.I.C 33) El hombre: Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios. En todo esto se perciben signos de su alma espiritual. La "semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia" (Gaudium et spes, 18; 14), su alma, no puede tener origen más que en Dios. (C.I.C 189) La primera "profesión de fe" se hace en el Bautismo. El "Símbolo de la fe" es ante todo el símbolo bautismal. Puesto que el Bautismo es dado "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19), las verdades de fe profesadas en el Bautismo son articuladas según su referencia a las tres personas de la Santísima Trinidad. (C.I.C 190) El Símbolo se divide, por tanto, en tres partes: "primero habla de la primera Persona divina y de la obra admirable de la creación; a continuación, de la segunda Persona divina y del Misterio de la Redención de los hombres; finalmente, de la tercera Persona divina, fuente y principio de nuestra santificación" (Catecismo Romano, 1, 1, 4). Son "los tres capítulos de nuestro sello [bautismal]" (S. Ireneo, Demonstratio apostolicae praedicationis, 100).

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