miércoles, 10 de septiembre de 2008

Lc 14, 15-24 Feliz el que se siente a la mesa en el Reino

(Lc 14, 15-24) Feliz el que se siente a la mesa en el Reino
[15] Al oír estas palabras, uno de los invitados le dijo: «¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!». [16] Jesús le respondió: «Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente. [17] A la hora de cenar, mandó a su sirviente que dijera a los invitados: “Vengan, todo está preparado”. [18] Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse. El primero le dijo: “Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego me disculpes”. [19] El segundo dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego me disculpes”. [20] Y un tercero respondió: “Acabo de casarme y por esa razón no puedo ir”. [21] A su regreso, el sirviente contó todo esto al dueño de casa, y este, irritado, le dijo: “Recorre en seguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos”. [22] Volvió el sirviente y dijo: “Señor, tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar”. [23] El señor le respondió: “Ve a los caminos y a lo largo de los cercos, e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa. [24] Porque les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena”».
(C.I.C 52) Dios, que "habita una luz inaccesible" (1Tm 6, 16) quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (cf. Ef 1, 4-5). Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas. (C.I.C 29 )Pero esta "unión íntima y vital con Dios" (Gaudium et spes, 19) puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos (cf. Gaudium et spes, 19-21): la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas (cf. Mt 13, 22), el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes del pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios (cf. Gn 3, 8-10) y huye ante su llamada (cf. Jn 1, 3).

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