sábado, 27 de septiembre de 2008

Lc 19, 20-27 Les aseguro que al que tiene, se le dará

(Lc 19, 20-27) Les aseguro que al que tiene, se le dará
[20] Llegó el otro y le dijo: “Señor, aquí tienes tus cien monedas de plata, que guardé envueltas en un pañuelo. [21] Porque tuve miedo de ti, que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que no has depositado y cosechar lo que no has sembrado”. [22] Él le respondió: “Yo te juzgo por tus propias palabras, mal servidor. Si sabías que soy un hombre exigente, que quiero percibir lo que no deposité y cosechar lo que no sembré, [23] ¿por qué no entregaste mi dinero en préstamo? A mi regreso yo lo hubiera recuperado con intereses”. [24] Y dijo a los que estaban allí: “Quítenle las cien monedas y dénselas al que tiene diez veces más”. [25] “¡Pero, señor, le respondieron, ya tiene mil!”. [26] Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. [27] En cuanto a mis enemigos, que no me han querido por rey, traíganlos aquí y mátenlos en mi presencia».
(C.I.C 1937) “Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de ‘talentos’ particulares comuniquen sus beneficios a los que los necesiten. Las diferencias alientan y con frecuencia obligan a las personas a la magnanimidad, a la benevolencia y a la comunicación. Incitan a las culturas a enriquecerse unas a otras: “¿Es que acaso distribuyo yo las diversas [virtudes] dándole a uno toda o dándole a este una y al otro otra particular? […] A uno la caridad, a otro la justicia, a éste la humildad, a aquél una fe viva [...] En cuanto a los bienes temporales, las cosas necesarias para la vida humana las he distribuido con la mayor desigualdad, y no he querido que cada uno posea todo lo que le era necesario para que los hombres tengan así ocasión, por necesidad, de practicar la caridad unos con otros [...] He querido que unos necesitasen de otros y que fuesen mis servidores para la distribución de las gracias y de las liberalidades que han recibido de mí. (S. Catalina de Siena, Il dialogo della Divina provvidenza, 7).

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