martes, 16 de septiembre de 2008

Lc 16, 19-24 El pobre murió y fue llevado por los ángeles

(Lc 16, 19-24) El pobre murió y fue llevado por los ángeles
[19] Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. [20] A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, [21] que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. [22] El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. [23] En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. [24] Entonces exclamó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan”.
(C.I.C 2462) La limosna hecha a los pobres es un testimonio de caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios. (C.I.C 2463) ¿Cómo no reconocer a Lázaro, el mendigo hambriento de la parábola en la multitud de seres humanos sin pan, sin techo, sin patria? (cf. Lc 16, 19-31) ¿Cómo no escuchar a Jesús que dice: ‘A mi no me lo hicisteis?’ (Mt 25, 45). (C.I.C 2831) Pero la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan revela otra hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo llama a los cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la familia humana. Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las parábolas del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf. Mt 25, 31-46). (C.I.C 1021) La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiv a del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros.

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