viernes, 26 de septiembre de 2008
Lc 18, 35-43 ¡Jesús Hijo de David ten compasión de mí!
(Lc 18, 35-43) ¡Jesús Hijo de David ten compasión de mí!
[35] Cuando se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. [36] Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. [37] Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret. [38] El ciego se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». [39] Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». [40] Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: [41] «¿Qué quieres que haga por ti?». «Señor, que yo vea otra vez». [42] Y Jesús le dijo: «Recupera la vista, tu fe te ha salvado». [43] En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios.
(C.I.C 2616) La oración a Jesús ya fue escuchada por Él durante su ministerio, a través de los signos que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (del leproso: cf. Mc 1, 40-41, de Jairo cf. Mc 5, 36, de la cananea cf. Mc 7, 29, del buen ladrón cf. Lc 23, 39-43), o en silencio (de los portadores del paralítico cf. Mc 2, 5, de la hemorroísa cf. Mc 5, 28 que toca el borde de su manto, de las lágrimas y el perfume de la pecadora cf. Lc 7, 37-38). La petición apremiante de los ciegos: "¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!" (Mt 9, 27) o "¡Hijo de David, ten compasión de mí!" (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús: "Señor JesúCristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador". Sanando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe: "Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!". San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: "Orat pro nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut Deus noster. Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et voces eius in nobis" ("Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a Él se dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en El nuestras voces; y la voz de El, en nosotros" (San Agustin, Enarratio in Psalmum 85, 1: PL 36, 1081).
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