jueves, 11 de septiembre de 2008
Lc 14, 25-33 Comenzó a edificar y no pudo terminar
(Lc 14, 25-33) Comenzó a edificar y no pudo terminar
[25] Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: [26] «Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. [27] El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. [28] ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? [29] No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: [30] “Este comenzó a edificar y no pudo terminar”. [31] ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? [32] Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. [33] De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.
(C.I.C 37) Sin embargo, en las condiciones históricas en que se encuentra, el hombre experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la sola luz de su razón: “A pesar de que la razón humana, sencillamente hablando, pueda verdaderamente por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento verdadero y cierto de un Dios personal, que protege y gobierna el mundo por su providencia, así como de una ley natural puesta por el Creador en nuestras almas, sin embargo hay muchos obstáculos que impiden a esta misma razón usar eficazmente y con fruto su poder natural; porque las verdades que se refieren a Dios y a los hombres sobrepasan absolutamente el orden de las cosas sensibles y cuando deben traducirse en actos y proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y renuncie a sí mismo. El espíritu humano, para adquirir semejantes verdades, padece dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación, así como de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí procede que en semejantes materias los hombres se persuadan de que son falsas, o al menos dudosas, las cosas que no quisieran que fuesen verdaderas” (Pío XII, Humani Generis: DS 3875).
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