martes, 30 de septiembre de 2008
Lc 20, 9-19 La piedra que los constructores rechazaron
(Lc 20, 9-19) La piedra que los constructores rechazaron
[9] Y luego dijo al pueblo esta parábola: «Un hombre plantó una viña, la arrendó a unos viñadores y se fue por largo tiempo al extranjero. [10] Llegado el momento, les envió a un servidor para que le entregaran la parte de los frutos que le correspondía. Pero los viñadores lo golpearon y lo echaron con las manos vacías. [11] Envió a otro servidor, y también a este lo golpearon, lo ultrajaron y lo echaron con las manos vacías. [12] Mandó después a un tercero, y a él también lo hirieron y lo arrojaron afuera. [13] El dueño de la viña pensó entonces: “¿Qué haré? Voy a enviar a mi hijo muy querido: quizá tengan consideración con él”. [14] Pero los viñadores, al verlo, se dijeron: “Este es el heredero, vamos a matarlo, y la herencia será nuestra”. [15] Y arrojándolo fuera de la viña, lo mataron. ¿Qué hará con ellos el dueño de la viña? [16] Vendrá, acabará con esos viñadores y entregará la viña a otros». Al oír estas palabras, dijeron: «¡Dios no lo permita!». [17] Pero fijando en ellos su mirada, Jesús les dijo: «¿Qué significa entonces lo que está escrito: La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular? [18] El que caiga sobre esta piedra quedará destrozado, y aquel sobre quien ella caiga, será aplastado». [19] Los escribas y los sumos sacerdotes querían detenerlo en ese mismo momento, porque comprendían que esta parábola la había dicho por ellos, pero temieron al pueblo.
(C.I.C 587) Si la Ley y el Templo de Jerusalén pudieron ser ocasión de "contradicción" (cf. Lc 2, 34) entre Jesús y las autoridades religiosas de Israel, la razón está en que Jesús, para la redención de los pecados -obra divina por excelencia- acepta ser verdadera piedra de escándalo para aquellas autoridades (cf. Lc 20, 17-18; Sal 118, 22). (C.I.C 756) "También muchas veces a la Iglesia se la llama construcción de Dios (1Co 3, 9). El Señor mismo se comparó a la piedra que desecharon los constructores, pero que se convirtió en la piedra angular (Mt 21, 42 y paralelos; cf. Hch 4, 11; 1P 2, 7; Sal 118, 22). Los Apóstoles construyen la Iglesia sobre ese fundamento (cf. 1Co 3, 11), que le da solidez y cohesión. Esta construcción recibe diversos nombres: casa de Dios: casa de Dios (1Tim 3, 15) en la que habita su familia, habitación de Dios en el Espíritu (Ef 2, 19-22), tienda de Dios con los hombres (Ap 21, 3), y sobre todo, templo santo. Representado en los templos de piedra, los Padres cantan sus alabanzas, y la liturgia, con razón, lo compara a la ciudad santa, a la nueva Jerusalén. En ella, en efecto, nosotros como piedras vivas entramos en su construcción en este mundo (cf. 1P 2, 5). San Juan ve en el mundo renovado bajar del cielo, de junto a Dios, esta ciudad santa arreglada como una esposa embellecida para su esposo (Lumen gentium, 6)". (C.I.C 1487) Quien peca lesiona el honor de Dios y su amor, su propia dignidad de hombre llamado a ser hijo de Dios y el bien espiritual de la Iglesia, de la que cada cristiano debe ser una piedra viva.
Lc 20, 3-8 Yo tampoco les diré con qué autoridad
(Lc 20, 3-8) Yo tampoco les diré con qué autoridad
[3] Jesús les respondió: «Yo también quiero preguntarles algo. Díganme: [4] El bautismo de Juan, ¿venía del cielo o de los hombres?». [5] Ellos se hacían este razonamiento: «Si respondemos: “Del cielo”, él nos dirá: “¿Por qué no creyeron en él?”. [6] Y si respondemos: “De los hombres”, todo el pueblo nos apedreará, porque está convencido de que Juan es un profeta». [7] Y le dijeron que no sabían de dónde venía. [8] Jesús les respondió: «Yo tampoco les diré con qué autoridad hago esto».
(C.I.C 156) El motivo de creer no radica en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de nuestra razón natural. Creemos "a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y que no puede engañarse ni engañarnos" (Concilio Vaticano I: DS 3008). "Sin embargo, para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación" (Concilio Vaticano I: DS 3009). Los milagros de Cristo y de los santos (cf. Mc 16,20; Hch 2,4), las profecías, la propagación y la santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad "son signos certísimos de la Revelación divina, adaptados a la inteligencia de todos" (Concilio Vaticano I: DS 3009), motivos de credibilidad que muestran que “el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu” (Concilio Vaticano I: DS 3010). (C.I.C 158) "La fe trata de comprender" (S. Anselmo de Canterbury, Proslogion, Proemium: Opera Omnia, v. 1, p. 94): es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor. La gracia de la fe abre "los ojos del corazón" (Ef 1,18) para una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado. Ahora bien, "para que la inteligencia de la Revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones" (Dei verbum, 5). Así, según el adagio de san Agustín "cree para comprender y comprende para creer mejor" (San Agustín, Sermo 43, 7, 9: PL 38, 258).
lunes, 29 de septiembre de 2008
Lc 20, 1-2 Quién te ha dado esa autoridad
Lucas 20
(Lc 20, 1-2) Quién te ha dado esa autoridad [1] Un día en que Jesús enseñaba al pueblo en el Templo y anunciaba la Buena Noticia, se le acercaron los sumos sacerdotes y los escribas con los ancianos, [2] y le dijeron: «Dinos con qué autoridad haces estas cosas o quién te ha dado esa autoridad».
(C.I.C 157) La fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y a la experiencia humanas, pero "la certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural" (San Tomás de Aquino, Summa theologiae 2-2, 171, 5, 3). "Diez mil dificultades no hacen una sola duda" (Juan Enrique Newman, Apologia pro vita sua, c. 5).
Lc 19, 45-48 Mi casa será una casa de oración
(Lc 19, 45-48) Mi casa será una casa de oración
[45] Y al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, [46] diciéndoles: «Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones». [47] Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo. [48] Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras.
(C.I.C 2578) La oración del pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la morada de Dios, el Arca de la Alianza y más tarde el Templo. Los guías del pueblo - pastores y profetas - son los primeros que le enseñan a orar. El niño Samuel aprendió de su madre Ana cómo "estar ante el Señor" (cf. 1S 1, 9-18) y del sacerdote Elí cómo escuchar Su Palabra: "Habla, Señor, que tu siervo escucha" (cf 1S 3, 9-10). Más tarde, también él conocerá el precio y el peso de la intercesión: "Por mi parte, lejos de mí pecar contra el Señor dejando de suplicar por vosotros y de enseñaros el camino bueno y recto" (1S 12, 23). (C.I.C 2580) El Templo de Jerusalén, la casa de oración que David quería construir, será la obra de su hijo, Salomón. La oración de la Dedicación del Templo (cf. 1R 8, 10-61) se apoya en la Promesa de Dios y su Alianza, la presencia activa de su Nombre entre su Pueblo y el recuerdo de los grandes hechos del Exodo. El rey eleva entonces las manos al cielo y ruega al Señor por él, por todo el pueblo, por las generaciones futuras, por el perdón de sus pecados y sus necesidades diarias, para que todas las naciones sepan que Dios es el único Dios y que el corazón del pueblo le pertenece por entero a Él. (C.I.C 2581) Para el pueblo de Dios, el Templo debía ser el lugar donde aprender a orar: las peregrinaciones, las fiestas, los sacrificios, la ofrenda de la tarde, el incienso, los panes de "la proposición", todos estos signos de la santidad y de la gloria de Dios, Altísimo pero muy cercano, eran llamamientos y caminos de la oración. Sin embargo, el ritualismo arrastraba al pueblo con frecuencia hacia un culto demasiado exterior. Era necesaria la educación de la fe, la conversión del corazón. Esta fue la misión de los profetas, antes y después del destierro.
domingo, 28 de septiembre de 2008
Lc 19, 41-44 No has sabido reconocer el tiempo
(Lc 19, 41-44) No has sabido reconocer el tiempo
[41] Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella, [42] diciendo: «¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos. [43] Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes. [44] Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios».
(C.I.C 557) "Como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén" (Lc 9, 51; cf. Jn 13, 1). Por esta decisión, manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones había repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección (cf. Mc 8, 31-33; 9, 31-32; 10, 32-34). Al dirigirse a Jerusalén dice: "No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén" (Lc 13, 33). (C.I.C 558) Jesús recuerda el martirio de los profetas que habían sido muertos en Jerusalén (cf. Mt 23, 37a). Sin embargo, persiste en llamar a Jerusalén a reunirse en torno a él: "¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas y no habéis querido!" (Mt 23, 37b). Cuando está a la vista de Jerusalén, llora sobre ella y expresa una vez más el deseo de su corazón:" ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! pero ahora está oculto a tus ojos" (Lc 19, 41-42).
Lc 19, 28-40 ¡Bendito sea el Rey que viene!
(Lc 19, 28-40) ¡Bendito sea el Rey que viene!
[28] Después de haber dicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén. [29] Cuando se acercó a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: [30] «Vayan al pueblo que está enfrente y, al entrar, encontrarán un asno atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo; [31] y si alguien les pregunta: “¿Por qué lo desatan?”, respondan: “El Señor lo necesita”». [32] Los enviados partieron y encontraron todo como él les había dicho. [33] Cuando desataron el asno, sus dueños les dijeron: «¿Por qué lo desatan?». [34] Y ellos respondieron: «El Señor lo necesita». [35] Luego llevaron el asno adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, lo hicieron montar. [36] Mientras él avanzaba, la gente extendía sus mantos sobre el camino. [37] Cuando Jesús se acercaba a la pendiente del monte de los Olivos, todos los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios en alta voz, por todos los milagros que habían visto. [38] Y decían: «¡Bendito sea el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!». [39] Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos». [40] Pero él respondió: «Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras».
(C.I.C 559) ¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey (cf. Jn 6, 15), pero elige el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de "David, su Padre" (Lc 1,32; cf. Mt 21, 1-11). Es aclamado como hijo de David, el que trae la salvación ("Hosanna" quiere decir "¡sálvanos!", "Danos la salvación!"). Pues bien, el "Rey de la Gloria" (Sal 24, 7-10) entra en su ciudad "montado en un asno" (Za 9, 9): no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad (cf. Jn 18, 37). Por eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños (cf. Mt 21, 15-16; Sal 8, 3) y los "pobres de Dios", que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores (cf. Lc 19, 38; 2, 14). Su aclamación "Bendito el que viene en el nombre del Señor" (Sal 118, 26), ha sido recogida por la Iglesia en el Sanctus de la liturgia eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor. (C.I.C 560) La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración, el domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la gran Semana Santa.
sábado, 27 de septiembre de 2008
Lc 19, 20-27 Les aseguro que al que tiene, se le dará
(Lc 19, 20-27) Les aseguro que al que tiene, se le dará
[20] Llegó el otro y le dijo: “Señor, aquí tienes tus cien monedas de plata, que guardé envueltas en un pañuelo. [21] Porque tuve miedo de ti, que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que no has depositado y cosechar lo que no has sembrado”. [22] Él le respondió: “Yo te juzgo por tus propias palabras, mal servidor. Si sabías que soy un hombre exigente, que quiero percibir lo que no deposité y cosechar lo que no sembré, [23] ¿por qué no entregaste mi dinero en préstamo? A mi regreso yo lo hubiera recuperado con intereses”. [24] Y dijo a los que estaban allí: “Quítenle las cien monedas y dénselas al que tiene diez veces más”. [25] “¡Pero, señor, le respondieron, ya tiene mil!”. [26] Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. [27] En cuanto a mis enemigos, que no me han querido por rey, traíganlos aquí y mátenlos en mi presencia».
(C.I.C 1937) “Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de ‘talentos’ particulares comuniquen sus beneficios a los que los necesiten. Las diferencias alientan y con frecuencia obligan a las personas a la magnanimidad, a la benevolencia y a la comunicación. Incitan a las culturas a enriquecerse unas a otras: “¿Es que acaso distribuyo yo las diversas [virtudes] dándole a uno toda o dándole a este una y al otro otra particular? […] A uno la caridad, a otro la justicia, a éste la humildad, a aquél una fe viva [...] En cuanto a los bienes temporales, las cosas necesarias para la vida humana las he distribuido con la mayor desigualdad, y no he querido que cada uno posea todo lo que le era necesario para que los hombres tengan así ocasión, por necesidad, de practicar la caridad unos con otros [...] He querido que unos necesitasen de otros y que fuesen mis servidores para la distribución de las gracias y de las liberalidades que han recibido de mí. (S. Catalina de Siena, Il dialogo della Divina provvidenza, 7).
Lc 19, 11-19 El Reino de Dios iba a aparecer
(Lc 19, 11-19) El Reino de Dios iba a aparecer
[11] Como la gente seguía escuchando, añadió una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el Reino de Dios iba a aparecer de un momento a otro. [12] Él les dijo: «Un hombre de familia noble fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar en seguida. [13] Llamó a diez de sus servidores y les entregó cien monedas de plata a cada uno, diciéndoles: “Háganlas producir hasta que yo vuelva”. [14] Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir: “No queremos que este sea nuestro rey”. [15] Al regresar, investido de la dignidad real, hizo llamar a los servidores a quienes había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. [16] El primero se presentó y le dijo: “Señor, tus cien monedas de plata han producido diez veces más”. [17] “Está bien, buen servidor, le respondió, ya que has sido fiel en tan poca cosa, recibe el gobierno de diez ciudades”. [18] Llegó el segundo y le dijo: “Señor, tus cien monedas de plata han producido cinco veces más”. [19] A él también le dijo: “Tú estarás al frente de cinco ciudades”.
[11] Como la gente seguía escuchando, añadió una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el Reino de Dios iba a aparecer de un momento a otro. [12] Él les dijo: «Un hombre de familia noble fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar en seguida. [13] Llamó a diez de sus servidores y les entregó cien monedas de plata a cada uno, diciéndoles: “Háganlas producir hasta que yo vuelva”. [14] Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir: “No queremos que este sea nuestro rey”. [15] Al regresar, investido de la dignidad real, hizo llamar a los servidores a quienes había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. [16] El primero se presentó y le dijo: “Señor, tus cien monedas de plata han producido diez veces más”. [17] “Está bien, buen servidor, le respondió, ya que has sido fiel en tan poca cosa, recibe el gobierno de diez ciudades”. [18] Llegó el segundo y le dijo: “Señor, tus cien monedas de plata han producido cinco veces más”. [19] A él también le dijo: “Tú estarás al frente de cinco ciudades”.
(C.I.C 1880) Una sociedad es un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por un principio de unidad que supera a cada una de ellas. Asamblea a la vez visible y espiritual, una sociedad perdura en el tiempo: recoge el pasado y prepara el porvenir. Mediante ella, cada hombre es constituido ‘heredero’, recibe ‘talentos’ que enriquecen su identidad y a los que debe hacer fructificar (cf. Lc 19, 13.15). En verdad, se debe afirmar que cada uno tiene deberes para con las comunidades de que forma parte y está obligado a respetar a las autoridades encargadas del bien común de las mismas. (C.I.C 1936) Al venir al mundo, el hombre no dispone de todo lo que es necesario para el desarrollo de su vida corporal y espiritual. Necesita de los demás. Ciertamente hay diferencias entre los hombres por lo que se refiere a la edad, a las capacidades físicas, a las aptitudes intelectuales o morales, a las circunstancias de que cada uno se pudo beneficiar, a la distribución de las riquezas (Gaudium et spes, 29). Los ‘talentos’ no están distribuidos por igual (cf. Mt 25, 14-30, Lc 19, 11-27).
viernes, 26 de septiembre de 2008
Lc 19, 1-10 Hoy ha llegado la salvación a esta casa
Lucas 19
(Lc 19, 1-10) Hoy ha llegado la salvación a esta casa[1] Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. [2] Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. [3] Él quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. [4] Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. [5] Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». [6] Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. [7] Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador». [8] Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más». [9] Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, [10] porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
(C.I.C 1443) Durante su vida pública, Jesús no sólo perdonó los pecados, también manifestó el efecto de este perdón: a los pecadores que son perdonados los vuelve a integrar en la comunidad del pueblo de Dios, de donde el pecado los había alejado o incluso excluido. Un signo manifiesto de ello es el hecho de que Jesús admite a los pecadores a su mesa, más aún, Él mismo se sienta a su mesa, gesto que expresa de manera conmovedora, a la vez, el perdón de Dios (cf. Lc 15) y el retorno al seno del pueblo de Dios (cf. Lc 19,9). (C.I.C 2412) En virtud de la justicia conmutativa, la reparación de la injusticia cometida exige la restitución del bien robado a su propietario: Jesús bendijo a Zaqueo por su resolución: ‘Si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo’ (Lc 19, 8). Los que, de manera directa o indirecta, se han apoderado de un bien ajeno, están obligados a restituirlo o a devolver el equivalente en naturaleza o en especie si la cosa ha desaparecido, así como los frutos y beneficios que su propietario hubiera obtenido legítimamente de ese bien. Están igualmente obligados a restituir, en proporción a su responsabilidad y al beneficio obtenido, todos los que han participado de alguna manera en el robo, o que se han aprovechado de él a sabiendas; por ejemplo, quienes lo hayan ordenado o ayudado o encubierto. (C.I.C 2716) La oración contemplativa es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y adhesión amorosa del hijo. Participa en el "sí" del Hijo hecho siervo y en el "fiat" de su humilde esclava.
Lc 18, 35-43 ¡Jesús Hijo de David ten compasión de mí!
(Lc 18, 35-43) ¡Jesús Hijo de David ten compasión de mí!
[35] Cuando se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. [36] Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. [37] Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret. [38] El ciego se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». [39] Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». [40] Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: [41] «¿Qué quieres que haga por ti?». «Señor, que yo vea otra vez». [42] Y Jesús le dijo: «Recupera la vista, tu fe te ha salvado». [43] En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios.
(C.I.C 2616) La oración a Jesús ya fue escuchada por Él durante su ministerio, a través de los signos que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración de fe expresada en palabras (del leproso: cf. Mc 1, 40-41, de Jairo cf. Mc 5, 36, de la cananea cf. Mc 7, 29, del buen ladrón cf. Lc 23, 39-43), o en silencio (de los portadores del paralítico cf. Mc 2, 5, de la hemorroísa cf. Mc 5, 28 que toca el borde de su manto, de las lágrimas y el perfume de la pecadora cf. Lc 7, 37-38). La petición apremiante de los ciegos: "¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!" (Mt 9, 27) o "¡Hijo de David, ten compasión de mí!" (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús: "Señor JesúCristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador". Sanando enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe: "Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!". San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: "Orat pro nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut Deus noster. Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et voces eius in nobis" ("Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a Él se dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en El nuestras voces; y la voz de El, en nosotros" (San Agustin, Enarratio in Psalmum 85, 1: PL 36, 1081).
jueves, 25 de septiembre de 2008
Lc 18, 31-34 Lo insultarán escupirán azotaran y matarán
(Lc 18, 31-34) Lo insultarán escupirán azotaran y matarán
[31] Después, Jesús llevó aparte a los Doce y les dijo: «Ahora subimos a Jerusalén, donde se cumplirá todo lo que anunciaron los profetas sobre el Hijo del hombre. [32] Será entregado a los paganos, se burlarán de él, lo insultarán, lo escupirán [33] y, después de azotarlo, lo matarán. Pero al tercer día resucitará». [34] Ellos no comprendieron nada de todo esto; les resultaba oscuro y no captaban el sentido de estas palabras.
(C.I.C 601) Este designio divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el Justo" (Cf. Is 53, 11; Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11-12; Jn 8, 34-36). S. Pablo profesa en una confesión de fe que asegura haber "recibido" (1Co 15, 3) que "Cristo ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras" (1Co 15, 3: cf. también Hch 3, 18; 7, 52; 13, 29; 26, 22-23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (cf. Is 53, 7-8; Hch 8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf. Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 25-27), luego a los propios apóstoles (cf. Lc 24, 44-45). (C.I.C 649) En cuanto al Hijo, él realiza su propia Resurrección en virtud de su poder divino. Jesús anuncia que el Hijo del hombre deberá sufrir mucho, morir y luego resucitar (sentido activo del término) (cf. Mc 8, 31; 9, 9-31; 10, 34). Por otra parte, él afirma explícitamente: "doy mi vida, para recobrarla de nuevo... Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo" (Jn 10, 17-18). "Creemos que Jesús murió y resucitó" (1Ts 4, 14).
Lc 18, 28-30 En el mundo futuro recibirá la Vida eterna
(Lc 18, 28-30) En el mundo futuro recibirá la Vida eterna
[28] Pedro le dijo: «Nosotros hemos dejado todo lo que teníamos y te hemos seguido». [29] Jesús respondió: «Les aseguro que el que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos, por el Reino de Dios, [30] recibirá mucho más en este mundo; y en el mundo futuro, recibirá la Vida eterna».
(C.I.C 918) "Desde los comienzos de la Iglesia hubo hombres y mujeres que intentaron, con la práctica de los consejos evangélicos, seguir con mayor libertad a Cristo e imitarlo con mayor precisión. Cada uno a su manera, vivió entregado a Dios. Muchos, por inspiración del Espíritu Santo, vivieron en la soledad o fundaron familias religiosas, que la Iglesia reconoció y aprobó gustosa con su autoridad" (Perfectae caritatis, 1). (C.I.C 917) "El resultado ha sido una especie de árbol en el campo de Dios, maravilloso y lleno de ramas, a partir de una semilla puesta por Dios. Han crecido, en efecto, diversas formas de vida, solitaria o comunitaria, y diversas familias religiosas que se desarrollan para el progreso de sus miembros y para el bien de todo el Cuerpo de Cristo" (Lumen gentium, 43). (C.I.C 919) Los obispos se esforzarán siempre en discernir los nuevos dones de vida consagrada confiados por el Espíritu Santo a su Iglesia; la aprobación de nuevas formas de vida consagrada está reservada a la Sede Apostólica (cf. CIC, can. 605). (C.I.C 920) Sin profesar siempre públicamente los tres consejos evangélicos, los ermitaños, "con un apartamiento más estricto del mundo, el silencio de la soledad, la oración asidua y la penitencia, dedican su vida a la alabanza de Dios y salvación del mundo" (Cf. CIC canon 603, § 1). (C.I.C 921) Los eremitas presentan a los demás ese aspecto interior del misterio de la Iglesia que es la intimidad personal con Cristo. Oculta a los ojos de los hombres, la vida del eremita es predicación silenciosa de Aquel a quien ha entregado su vida, porque Él es todo para él. En este caso se trata de un llamamiento particular a encontrar en el desierto, en el combate espiritual, la gloria del Crucificado.
miércoles, 24 de septiembre de 2008
Lc 18, 24-27 Todo es posible para Dios
(Lc 18, 24-27) Todo es posible para Dios
[24] Viéndolo así, Jesús dijo: «¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios! [25] Sí, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios». [26] Los que escuchaban dijeron: «Pero entonces, ¿quién podrá salvarse?». [27] Jesús respondió: «Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios».
(C.I.C 2547) El Señor se lamenta de los ricos porque encuentran su consuelo en la abundancia de bienes (cf. Lc 6, 24). ‘El orgulloso busca el poder terreno, mientras el pobre en espíritu busca el Reino de los cielos’ (S. Agustín, De sermone Domini in monte, 1, 1, 3: PL 34, 1232). El abandono en la providencia del Padre del cielo libera de la inquietud por el mañana (cf. Mt 6, 25-34). La confianza en Dios dispone a la bienaventuranza de los pobres: ellos verán a Dios. (C.I.C 928) "Un instituto secular es un instituto de vida consagrada en el cual los fieles, viviendo en el mundo, aspiran a la perfección de la caridad, y se dedican a procurar la santificación del mundo sobre todo desde dentro de él" (CIC canon 710). (C.I.C 929) Por medio de una "vida perfectamente y enteramente consagrada a [esta] santificación" (Pío XII, Const. ap. Provida Mater), los miembros de estos institutos “participan en la tarea de evangelización de la Iglesia, "en el mundo y desde el mundo mismo”, donde su presencia obra a la manera de un "fermento" (Perfectae caritatis, 11). Su testimonio de vida cristiana mira a ordenar según Dios las realidades temporales y a penetrar el mundo con la fuerza del Evangelio. Mediante vínculos sagrados, asumen los consejos evangélicos y observan entre sí la comunión y la fraternidad propias de su modo de vida secular (CIC canon 713). (C.I.C 930) Junto a las diversas formas de vida consagrada se encuentran "las sociedades de vida apostólica, cuyos miembros, sin votos religiosos, buscan el fin apostólico propio de la sociedad y, llevando vida fraterna en común, según el propio modo de vida, aspiran a la perfección de la caridad por la observancia de las constituciones. Entre éstas, existen sociedades cuyos miembros abrazan los consejos evangélicos mediante un vínculo determinado por las constituciones" (CIC canon 731, § 1-2).
Lc 18, 18-23 Después ven y sígueme
(Lc 18, 18-23) Después ven y sígueme
[18] Un hombre importante le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?». [19] Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. [20] Tú conoces los mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre». [21] El hombre le respondió: «Todo esto lo he cumplido desde mi juventud». [22] Al oírlo, Jesús le dijo: «Una cosa te falta todavía: vende todo lo que tienes y distribúyelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Después ven y sígueme». [23] Al oír estas palabras, el hombre se entristeció, porque era muy rico.
(C.I.C 2544) Jesús exhorta a sus discípulos a preferirle a Él respecto a todo y a todos y les propone ‘renunciar a todos sus bienes’ (cf. Lc 14, 33) por Él y por el Evangelio (cf. Mc 8, 35). Poco antes de su pasión les mostró como ejemplo la pobre viuda de Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir (cf. Lc 21, 4). El precepto del desprendimiento de las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los cielos. (C.I.C 925) Nacida en Oriente en los primeros siglos del cristianismo (cf. Unitatis redintegratio, 15) y vivida en los institutos canónicamente erigidos por la Iglesia (cf. CIC canon 573), la vida religiosa se distingue de las otras formas de vida consagrada por el aspecto cultual, la profesión pública de los consejos evangélicos, la vida fraterna llevada en común, y por el testimonio dado de la unión de Cristo y de la Iglesia (cf. CIC canon 607). (C.I.C 926) La vida religiosa nace del misterio de la Iglesia. Es un don que la Iglesia recibe de su Señor y que ofrece como un estado de vida estable al fiel llamado por Dios a la profesión de los consejos. Así la Iglesia puede a la vez manifestar a Cristo y reconocerse como Esposa del Salvador. La vida religiosa está invitada a significar, bajo estas diversas formas, la caridad misma de Dios, en el lenguaje de nuestro tiempo. (C.I.C 927) Todos los religiosos, exentos o no (cf. CIC canon 591), se encuentran entre los colaboradores del obispo diocesano en su misión pastoral (Christus Dominus, 33-35). La implantación y la expansión misionera de la Iglesia requieren la presencia de la vida religiosa en todas sus formas "desde el período de implantación de la Iglesia" (Cf. Ad gentes, 18; 40). "La historia da testimonio de los grandes méritos de las familias religiosas en la propagación de la fe y en la formación de las nuevas iglesias: desde las antiguas instituciones monásticas, las órdenes medievales y hasta las congregaciones modernas" (Redemptoris missio, 69).
martes, 23 de septiembre de 2008
Lc 18, 15-17 Dejen que los niños se acerquen a mí
(Lc 18, 15-17) Dejen que los niños se acerquen a mí
[15] También le presentaban a los niños pequeños, para que los tocara; pero, al ver esto, los discípulos los reprendían. [16] Entonces Jesús los hizo llamar y dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. [17] Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él».
[15] También le presentaban a los niños pequeños, para que los tocara; pero, al ver esto, los discípulos los reprendían. [16] Entonces Jesús los hizo llamar y dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. [17] Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él».
(C.I.C 526) "Hacerse niño" con relación a Dios es la condición para entrar en el Reino (cf. Mt 18, 3-4); para eso es necesario abajarse (cf. Mt 23, 12), hacerse pequeño; más todavía: es necesario "nacer de lo alto" (Jn 3,7), "nacer de Dios" (cf. Jn 1, 13) para "hacerse hijos de Dios" (cf. Jn 1, 12). El Misterio de Navidad se realiza en nosotros cuando Cristo "toma forma" en nosotros (cf. Ga 4, 19). Navidad es el Misterio de este "admirable intercambio": “¡Oh admirable intercambio! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una Virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad (Solemnidad de la Santísima Virgen María, Madre de Dios, Antífona de I y II Vísperas: Liturgia de la Horas, v. 1). (C.I.C 2025) El hombre no tiene, por sí mismo, mérito ante Dios sino como consecuencia del libre designio divino de asociarlo a la obra de su gracia. El mérito pertenece a la gracia de Dios en primer lugar, y a la colaboración del hombre en segundo lugar. El mérito del hombre retorna a Dios.
Lc 18, 14 Les aseguro que volvió a su casa justificado
(Lc 18, 14) Les aseguro que volvió a su casa justificado
[14] Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado».
(C.I.C 2613) San Lucas nos ha trasmitido tres parábolas principales sobre la oración: La primera, "el amigo importuno" (cf. Lc 11, 5-13), invita a una oración insistente: "Llamad y se os abrirá". Al que ora así, el Padre del cielo "le dará todo lo que necesite", y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones. La segunda, "la viuda importuna" (cf. Lc 18, 1-8), está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. "Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?" La tercera parábola, "el fariseo y el publicano" (cf. Lc 18, 9-14), se refiere a la humildad del corazón que ora. "Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador". La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: "¡Kyrie eleison!". (C.I.C 2649) La oración de alabanza, totalmente desinteresada, se dirige a Dios; canta para Él y le da gloria no sólo por lo que ha hecho sino porque ÉL ES.
lunes, 22 de septiembre de 2008
Lc 18, 9-13 ¡Dios mío, ten piedad de mí, pecador!
(Lc 18, 9-13) ¡Dios mío, ten piedad de mí, pecador!
[9] Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola: [10] «Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. [11] El fariseo, de pie, oraba en voz baja: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. [12] Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”. [13] En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”.
(C.I.C 2631) La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf. el publicano: "Oh Dios ten compasión de este pecador": Lc 18, 13). Es el comienzo de una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros (cf. 1Jn 1, 7-2, 2): entonces "cuanto pidamos lo recibimos de él" (1Jn 3, 22). Tanto la celebración de la eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón. (C.I.C 2166) El cristiano comienza sus oraciones y sus acciones haciendo la señal de la cruz ‘en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén’. (C.I.C 2559) "La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes"(San Juan Damasceno, Expositio fidei, 68 [De fide orthodoxa 3, 24]: PG 94, 1089). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde "lo más profundo" (Sal 130, 14) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf. Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración. "Nosotros no sabemos pedir como conviene"(Rom 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (San Agustín, Sermo 56, 6, 9: PL 38, 381).
Lc 18, 7-8 Sus elegidos, que claman a él día y noche
(Lc 18, 7-8) Sus elegidos, que claman a él día y noche
[7] Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? [8] Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?».
(C.I.C 1058) La Iglesia ruega para que nadie se pierda: "Jamás permitas […] Señor, que me separe de ti" (Oración antes de la Comunión, 132: Misal Romano) Si bien es verdad que nadie puede salvarse a sí mismo, también es cierto que "Dios quiere que todos los hombres se salven" (1Tm 2, 4) y que para El "todo es posible" (Mt 19, 26). (C.I.C 1802) La Palabra de Dios es una luz para nuestros pasos. Es preciso que la asimilemos en la fe y en la oración, y la pongamos en práctica. Así se forma la conciencia moral. (C.I.C 2098) Los actos de fe, esperanza y caridad que ordena el primer mandamiento se realizan en la oración. La elevación del espíritu hacia Dios es una expresión de nuestra adoración a Dios: oración de alabanza y de acción de gracias, de intercesión y de súplica. La oración es una condición indispensable para poder obedecer los mandamientos de Dios. “Es preciso orar siempre sin desfallecer” (Lc 18, 1). (C.I.C 2643) La Eucaristía contiene y expresa todas las formas de oración: es la "ofrenda pura" de todo el Cuerpo de Cristo a la gloria de su Nombre (cf. Ml 1, 11); es, según las tradiciones de Oriente y de Occidente, "el sacrificio de alabanza".
domingo, 21 de septiembre de 2008
Lc 18, 1-6 Necesario orar siempre sin desanimarse
Lucas 18
(Lc 18, 1-6) Necesario orar siempre sin desanimarse[1] Después Jesús les enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: [2] «En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; [3] y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciendole: “Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario”. [4] Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: “Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, [5] pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme”». [6] Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto.
(C.I.C 2157) El cristiano comienza su jornada, sus oraciones y sus acciones con la señal de la cruz, “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”. El bautizado consagra la jornada a la gloria de Dios e invoca la gracia del Señor que le permite actuar en el Espíritu como hijo del Padre. La señal de la cruz nos fortalece en las tentaciones y en las dificultades. (C.I.C 2639) La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por Él mismo, le da gloria no por lo que hace sino por lo que Él ES. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la gloria. Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (cf. Rm 8, 16), da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquél que es su fuente y su término: "un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros" (1Co 8, 6).
Lc 17, 28-37 El que trate de salvar su vida, la perderá
(Lc 17, 28-37) El que trate de salvar su vida, la perderá
[28] Sucederá como en tiempos de Lot: se comía y se bebía, se compraba y se vendía, se plantaba y se construía. [29] Pero el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia de fuego y de azufre que los hizo morir a todos. [30] Lo mismo sucederá el Día en que se manifieste el Hijo del hombre. [31] En ese Día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, no baje a buscarlas. Igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. [32] Acuérdense de la mujer de Lot. [33] El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará. [34] Les aseguro que en esa noche, de dos hombres que estén comiendo juntos, uno será llevado y el otro dejado; [35] de dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra dejada». [36] . [37] Entonces le preguntaron: «¿Dónde sucederá esto, Señor?». Jesús les respondió: «Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres».
(C.I.C 681) El día del Juicio, al fin del mundo, Cristo vendrá en la gloria para llevar a cabo el triunfo definitivo del bien sobre el mal que, como el trigo y la cizaña, habrán crecido juntos en el curso de la historia. (C.I.C 682) Cristo glorioso, al venir al final de los tiempos a juzgar a vivos y muertos, revelará la disposición secreta de los corazones y retribuirá a cada hombre según sus obras y según su aceptación o su rechazo de la gracia. (C.I.C 1720) El Nuevo Testamento utiliza varias expresiones para caracterizar la bienaventuranza a la que Dios llama al hombre: la llegada del Reino de Dios (cf. Mt 4, 17); la visión de Dios: “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8; cf. 1Jn 3, 2; 1Co 13, 12); la entrada en el gozo del Señor (cf. Mt 25, 21. 23); la entrada en el Descanso de Dios (Hb 4, 7-11): “Allí descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin? (San Agustín, De civitate Dei, 22, 30: PL 41, 804).
sábado, 20 de septiembre de 2008
Lc 17, 22-27 El Hijo del hombre tendrá que sufrir mucho
(Lc 17, 22-27) El Hijo del hombre tendrá que sufrir mucho
[22] Jesús dijo después a sus discípulos: «Vendrá el tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del hombre y no lo verán. [23] Les dirán: “Está aquí” o “Está allí”, pero no corran a buscarlo. [24] Como el relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre cuando llegue su Día. [25] Pero antes tendrá que sufrir mucho y será rechazado por esta generación. [26] En los días del Hijo del hombre sucederá como en tiempos de Noé. [27] La gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca y llegó el diluvio, que los hizo morir a todos.
(C.I.C 889) Para mantener a la Iglesia en la pureza de la fe transmitida por los apóstoles, Cristo, que es la Verdad, quiso conferir a su Iglesia una participación en su propia infalibilidad. Por medio del "sentido sobrenatural de la fe", el Pueblo de Dios "se une indefectiblemente a la fe", bajo la guía del Magisterio vivo de la Iglesia (Lumen gentium, 12; cf. Dei Verbum, 10). (C.I.C 294) La gloria de Dios consiste en que se realice esta manifestación y esta comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha sido creado. Hacer de nosotros "hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1,5-6): "Porque la gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios: si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos los seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios" (S. Ireneo, Adversus haereses 4, 20, 7). El fin último de la creación es que Dios, "Creador de todos los seres, se haga por fin ‘todo en todas las cosas’ (1Co 15,28), procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra felicidad" (Ad gentes, 2).
Lc 17, 20-21 El Reino de Dios está entre ustedes
(Lc 17, 20-21) El Reino de Dios está entre ustedes
[20] Los fariseos le preguntaron cuándo llegaría el Reino de Dios. Él les respondió: «El Reino de Dios no viene ostensiblemente, [21] y no se podrá decir: “Está aquí” o “Está allí”. Porque el Reino de Dios está entre ustedes».
(C.I.C 543) Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11; 28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús: “La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega” (Lumen Gentium 5). (C.I.C 544) El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para "anunciar la Buena Nueva a los pobres" (Lc 4, 18; cf. 7, 22). Los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5, 3); a los "pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (cf. Mc 2, 23-26; Mt 21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7; 19,28) y la privación (cf. Lc 9, 58). Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino (cf. Mt 25, 31-46). (C.I.C 545) Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: "No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mc 2, 17; cf. 1Tim 1, 15). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos (cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa "alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
viernes, 19 de septiembre de 2008
Lc 17, 11-19 ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios?
(Lc 17, 11-19) ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios?
[11] Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. [12] Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia [13] y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!». [14] Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron purificados. [15] Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta [16] y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. [17] Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? [18] ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?». [19] Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».
(C.I.C 2134) El primer mandamiento llama al hombre para que crea en Dios, espere en Él y lo ame sobre todas las cosas. (C.I.C 2133) ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas’ (Dt 6, 59). (C.I.C 2136) El deber de dar a Dios un culto auténtico corresponde al hombre individual y socialmente considerado. (C.I.C 2137) El hombre debe ‘poder profesar libremente la religión en público y en privado’ (Cf. Dignitatis humanae, 15). (C.I.C 2062) Los mandamientos propiamente dichos vienen en segundo lugar. Expresan las implicaciones de la pertenencia a Dios instituida por la Alianza. La existencia moral es respuesta a la iniciativa amorosa del Señor. Es reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias. Es cooperación con el designio que Dios se propone en la historia. (C.I.C 2093) La fe en el amor de Dios encierra la llamada y la obligación de responder a la caridad divina mediante un amor sincero. El primer mandamiento nos ordena amar a Dios sobre todas las cosas y a las criaturas por Él y a causa de Él (cf. Dt 6, 4-5). (C.I.C 2280) Cada cual es responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. El sigue siendo su soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y a conservarla para su honor y para la salvación de nuestras almas. Somos administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No disponemos de ella.
Lc 17, 10 Somos simples servidores
(Lc 17, 10) Somos simples servidores
[10] Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: “Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber”».
(C.I.C 897 "Por laicos se entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados a Cristo por el Bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan a su manera de las funciones de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo" (Lumen gentium, 31). (C.I.C 903) Los laicos, si tienen las cualidades requeridas, pueden ser admitidos de manera estable a los ministerios de lectores y de acólito (Cf. CIC canon 230, § 1). "Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden también los laicos, aunque no sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas, administrar el Bautismo y dar la sagrada Comunión, según las prescripciones del derecho" (CIC canon 230, § 3). (C.I.C 907 "Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, enp sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestarla a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres y la reverencia hacia los pastores, habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas" (Cf. CIC canon 212, § 3).
jueves, 18 de septiembre de 2008
Lc 17, 7-9 ¿Mostrarse agradecido con el servidor?
(Lc 17, 7-9) ¿Mostrarse agradecido con el servidor?
[7] Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: “Ven pronto y siéntate a la mesa”? [8] ¿No le dirá más bien: “Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después”? [9] ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
(C.I.C 222) Creer en Dios, el Unico, y amarlo con todo el ser tiene consecuencias inmensas para toda nuestra vida. (C.I.C 223) Es reconocer la grandeza y la majestad de Dios: "Sí, Dios es tan grande que supera nuestra ciencia" (Jb 36,26). Por esto Dios debe ser "el primer servido" (Santa Juana de Arco, Dictum: Procés de condamnation). (C.I.C 340) La interdependencia de las criaturas es querida por Dios. E1 sol y la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el gorrión: las innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna criatura se basta a sí misma, que no existen sino en dependencia unas de otras, para complementarse y servirse mutuamente. (C.I.C 358) Dios creó todo para el hombre (cf. Gaudium et spes, 12; 24; 39), pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación: “¿Cuál es, pues, el ser que va a venir a la existencia rodeado de semejante consideración? Es el hombre, grande y admirable figura viviente, más precioso a los ojos de Dios que la creación entera; es el hombre, para él existen el cielo y la tierra y el mar y la totalidad de la creación, y Dios ha dado tanta importancia a su salvación que no ha perdonado a su Hijo único por él. Porque Dios no ha cesado de hacer todo lo posible para que el hombre subiera hasta Él y se sentara a su derecha (S. Juan Crisóstomo, Sermones in Genesim, 2,1: PG 54, 587-588).
Lc 17, 5-6 «Auméntanos la fe»
(Lc 17, 5-6) «Auméntanos la fe»
[5] Los Apóstoles dijeron al Señor: «Auméntanos la fe». [6] Él respondió: «Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, ella les obedecería.
(C.I.C 163) La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios "cara a cara" (1Cor 13, 12), "tal cual es" (1Jn 3,2). La fe es pues ya el comienzo de la vida eterna: “Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo en un espejo, es como si poseyésemos ya las cosas maravillosas de las que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día” (S. Basilio Magno, Liber de Spiritu Sancto, 15, 36: PG 32, 132; cf. Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, 4, 1). (C.I.C 164) Ahora, sin embargo, "caminamos en la fe y no […] en la visión" (2Cor 5,7), y conocemos a Dios "como en un espejo, de una manera confusa [...], imperfecta" (1Cor 13,12). Luminosa por aquel en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación. (C.I.C 23) El acento de este Catecismo se pone en la exposición doctrinal. Quiere, en efecto, ayudar a profundizar el conocimiento de la fe. Por lo mismo está orientado a la maduración de esta fe, su enraizamiento en la vida y su irradiación en el testimonio (cf. Catechesi tradendae 20-22; 25). (C.I.C 18) Este catecismo está concebido como una exposición orgánica de toda la fe católica. Es preciso, por tanto, leerlo como una unidad. Por ello en los márgenes del texto se remite al lector frequentemente a otros lugares (señalados con numerosas referencias que se refieren a su vez a otros párrafos que tratan del mismo tema) y, con la ayuda del índice analítico al final del volumen, se permite ver cada tema en su vinculación con el conjunto de la fe.
miércoles, 17 de septiembre de 2008
Lc 17, 3-4 Si tu hermano se arrepiente, perdónalo
(Lc 17, 3-4) Si tu hermano se arrepiente, perdónalo
[3] Por lo tanto, ¡tengan cuidado! Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. [4] Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: “Me arrepiento”, perdónalo».
(C.I.C 2844) La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf. Mt 5, 43-44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (cf. 2Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (cf. Juan Pablo II, Dives in Misericordia, 14). (C.I.C 2845) No hay límite ni medida en este perdón, esencialmente divino (cf. Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si se trata de ofensas (de "pecados" según Lc 11, 4, o de "deudas" según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores: "Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (Rm 13, 8). La comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda relación (cf. 1Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la Eucaristía (cf. Mt 5, 23-24): “Dios no acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo fiel.” (San Cipriano de Cartago, De dominica Oratione, 23: PL 4, 535-536).
Lc 17, 1-2 Es inevitable que haya escándalos
Lucas 17
(Lc 17, 1-2) Es inevitable que haya escándalos[1] Después dijo a sus discípulos: «Es inevitable que haya escándalos, pero ¡ay de aquel que los ocasiona! [2] Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de moler y lo precipitaran al mar, antes que escandalizar a uno de estos pequeños.
(C.I.C 2284) El escándalo es la actitud o el comportamiento que induce a otro a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. El escándalo constituye una falta grave, si por acción u omisión, arrastra deliberadamente a otro a una falta grave. (C.I.C 2285) El escándalo adquiere una gravedad particular según la autoridad de quienes lo causan o la debilidad de quienes lo padecen. Inspiró a nuestro Señor esta maldición: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí […], más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar” (Mt 18, 6; cf. 1Co 8, 10-13). El escándalo es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por función, están obligados a enseñar y educar a otros. Jesús, en efecto, lo reprocha a los escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de corderos (cf. Mt 7, 15). (C.I.C 2286) El escándalo puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la moda o por la opinión. Así se hacen culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida religiosa, o a “condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente, hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los mandamientos del Sumo legislador” [Pío XII, Mensaje radiofónico (1 de junio 1941)]. Lo mismo ha de decirse de los empresarios que imponen procedimientos que incitan al fraude, de los educadores que ‘exasperan’ a sus alumnos (cf. Ef 6, 4; Col 3, 21), o de los que, manipulando la opinión pública, la desvían de los valores morales. (C.I.C 2287) El que usa los poderes de que dispone en condiciones que arrastren a hacer el mal se hace culpable de escándalo y responsable del mal que directa o indirectamente ha favorecido. ‘Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen!’ (Lc 17, 1).
martes, 16 de septiembre de 2008
Lc 16, 25-31 Recuerda que has recibido tus bienes
(Lc 16, 25-31) Recuerda que has recibido tus bienes
[25] “Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento. [26] Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí”. [27] El rico contestó: “Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, [28] porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento”. [29] Abraham respondió: “Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen”. [30] “No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán”. [31] Abraham respondió: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán”».
(C.I.C 633) La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (cf. Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (cf. Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49;1Sam 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham" (cf. Lc 16, 22-26). "Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos" (Catecismo Romano, 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados (cf. Concilio Romano (año 745): DS 587) ni para destruir el infierno de la condenación (cf. Benedicto XII, Cum dudum (1341), 18: DS 1011; Clemente VI, Super quibusdam (1351) 15, 13; DS1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido (cf. IV Concilio de Toledo, IV (633): DS 485; Mt 27, 52-53).
Lc 16, 19-24 El pobre murió y fue llevado por los ángeles
(Lc 16, 19-24) El pobre murió y fue llevado por los ángeles
[19] Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. [20] A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, [21] que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas. [22] El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado. [23] En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él. [24] Entonces exclamó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan”.
(C.I.C 2462) La limosna hecha a los pobres es un testimonio de caridad fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios. (C.I.C 2463) ¿Cómo no reconocer a Lázaro, el mendigo hambriento de la parábola en la multitud de seres humanos sin pan, sin techo, sin patria? (cf. Lc 16, 19-31) ¿Cómo no escuchar a Jesús que dice: ‘A mi no me lo hicisteis?’ (Mt 25, 45). (C.I.C 2831) Pero la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan revela otra hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo llama a los cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la familia humana. Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las parábolas del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf. Mt 25, 31-46). (C.I.C 1021) La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiv a del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros.
lunes, 15 de septiembre de 2008
Lc 16, 18 El que se casa con otra comete adulterio
(Lc 16, 18) El que se casa con otra comete adulterio
[18] El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio, y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete adulterio.
(C.I.C 1647) Su motivo más profundo consiste en la fidelidad de Dios a su alianza, de Cristo a su Iglesia. Por el sacramento del matrimonio los esposos son capacitados para representar y testimoniar esta fidelidad. Por el sacramento, la indisolubilidad del matrimonio adquiere un sentido nuevo y más profundo. (C.I.C 1648) Puede parecer difícil, incluso imposible, atarse para toda la vida a un ser humano. Por ello es tanto más importante anunciar la buena nueva de que Dios nos ama con un amor definitivo e irrevocable, de que los esposos participan de este amor, que les conforta y mantiene, y de que por su fidelidad se convierten en testigos del amor fiel de Dios. Los esposos que, con la gracia de Dios, dan este testimonio, con frecuencia en condiciones muy difíciles, merecen la gratitud y el apoyo de la comunidad eclesial (cf. Familiaris consortio, 20). (C.I.C 1650) Hoy son numerosos en muchos países los católicos que recurren al divorcio según las leyes civiles y que contraen también civilmente una nueva unión. La Iglesia mantiene, por fidelidad a la palabra de Jesucristo ("Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio": Mc 10,11-12), que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el primer matrimonio. Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación, y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales. La reconciliación mediante el sacramento de la Penitencia no puede ser concedida más que aquellos que se arrepientan de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total continencia. (C.I.C 1651) Respecto a los cristianos que viven en esta situación y que con frecuencia conservan la fe y desean educar cristianamente a sus hijos, los sacerdotes y toda la comunidad deben dar prueba de una atenta solicitud, a fin de aquellos no se consideren como separados de la Iglesia, de cuya vida pueden y deben participar en cuanto bautizados: “Exhórteseles a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar sus hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios (Familiaris consortio, 84).
Lc 16, 16-17 Todos tienen que esforzarse para entrar
(Lc 16, 16-17) Todos tienen que esforzarse para entrar
[16] La Ley y los Profetas llegan hasta Juan. Desde entonces se proclama el Reino de Dios, y todos tienen que esforzarse para entrar en él. [17] Es más fácil que dejen de existir el cielo y la tierra, antes que desaparezca una coma de la Ley.
(C.I.C 422) "Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4, 4-5). He aquí "la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios" (cf. Mc 1, 1): Dios ha visitado a su pueblo (cf. Lc 1, 68), ha cumplido las promesas hechas a Abraham y a su descendencia (cf. Lc 1, 55); lo ha hecho más allá de toda expectativa: El ha enviado a su "Hijo amado" (cf. Mc 1, 11). (C.I.C 459) El Verbo se encarnó para ser nuestro modelo de santidad: "Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí ... "(Mt 11, 29). "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Y el Padre, en el monte de la transfiguración, ordena: "Escuchadle" (Mc 9, 7; cf. Dt 6, 4-5). El es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Mc 8, 34).
domingo, 14 de septiembre de 2008
Lc 16, 14-15 Dios conoce sus corazones
(Lc 16, 14-15) Dios conoce sus corazones
[14] Los fariseos, que eran amigos del dinero, escuchaban todo esto y se burlaban de Jesús. [15] Él les dijo: «Ustedes aparentan rectitud ante los hombres, pero Dios conoce sus corazones. Porque lo que es estimable a los ojos de los hombres, resulta despreciable para Dios.
(C.I.C 183) La fe es necesaria para la salvación. El Señor mismo lo afirma: "El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará" (Mc 16, 16). (C.I.C 184) "La fe es un gusto anticipado del conocimiento que nos hará bienaventurados en la vida futura" (S. Tomás de Aquino, Compendium theologiae, 1, 2).
Lc 16, 9-13 No se puede servir a Dios y al Dinero
(Lc 16, 9-13) No se puede servir a Dios y al Dinero
[9] Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas. [10] El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho. [11] Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? [12] Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes? [13] Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero».
(C.I.C 2112) El primer mandamiento condena el politeísmo. Exige al hombre no creer en otros dioses que el Dios verdadero. Y no venerar otras divinidades que al único Dios. La Escritura recuerda constantemente este rechazo de los ‘ídolos, oro y plata, obra de las manos de los hombres’, que ‘tienen boca y no hablan, ojos y no ven’. Estos ídolos vanos hacen vano al que les da culto: ‘Como ellos serán los que los hacen, cuantos en ellos ponen su confianza’ (Sal 115, 4-5. 8; cf. Is 44, 9-20; Jr 10, 1-16; Dn 14, 1-30; Ba 6; Sb 13, 1-15. 19). Dios, por el contrario, es el ‘Dios vivo’ (Jos 3, 10; Sal 42, 3, etc.), que da vida e interviene en la historia. (C.I.C 2113) La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo), de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero, etc. ‘No podéis servir a Dios y al dinero’, dice Jesús (Mt 6, 24). Numerosos mártires han muerto por no adorar a ‘la Bestia’ (cf. Ap 13-14), negándose incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de Dios; es, por tanto, incompatible con la comunión divina divina(cf. Gál 5, 20; Ef 5, 5). (C.I.C 2424) Una teoría que hace del lucro la norma exclusiva y el fin último de la actividad económica es moralmente inaceptable. El apetito desordenado de dinero no deja de producir efectos perniciosos. Es una de las causas de los numerosos conflictos que perturban el orden social (cf. Gaudium e spes, 63; Laborem exercens, 7; Centesimus annus, 35). Un sistema que ‘sacrifica los derechos fundamentales de la persona y de los grupos en aras de la organización colectiva de la producción’ es contrario a la dignidad del hombre (Gaudium e spes, 65). Toda práctica que reduce a las personas a no ser más que medios con vistas al lucro esclaviza al hombre, conduce a la idolatría del dinero y contribuye a difundir el ateísmo. ‘No podéis servir a Dios y al dinero’ (Mt 6, 24; Lc 16, 13).
sábado, 13 de septiembre de 2008
Lc 16, 1-8 Los hijos de este mundo son más astutos
Lucas 16
(Lc 16, 1-8) Los hijos de este mundo son más astutos[1] Decía también a los discípulos: «Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. [2] Lo llamó y le dijo: “¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto”. [3] El administrador pensó entonces: “¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. [4] ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!”. [5] Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: “¿Cuánto debes a mi señor?”. [6] “Veinte barriles de aceite”, le respondió. El administrador le dijo: “Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez”. [7] Después preguntó a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. “Cuatrocientos quintales de trigo”, le respondió. El administrador le dijo: “Toma tu recibo y anota trescientos”. [8] Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz.
(C.I.C 373) En el plan de Dios, el hombre y la mujer están llamados a "someter" la tierra (Gn 1, 28) como "administradores" de Dios. Esta soberanía no debe ser un dominio arbitrario y destructor. A imagen del Creador, "que ama todo lo que existe" (Sb 11, 24), el hombre y la mujer son llamados a participar en la providencia divina respecto a las otras cosas creadas. De ahí su responsabilidad frente al mundo que Dios les ha confiado. (C.I.C 379) Toda esta armonía de la justicia original, prevista para el hombre por designio de Dios, se perderá por el pecado de nuestros primeros padres. (C.I.C 952) “Todo lo tenían en común” (Hch 4, 32): "Todo lo que posee el verdadero cristiano debe considerarlo como un bien en común con los demás, por lo cual debe estar dispuesto y ser diligente para socorrer al necesitado y la miseria del prójimo" (Catecismo Romano, 1, 10, 27). El cristiano es un administrador de los bienes del Señor (cf. Lc 16, 1-3). (C.I.C 953) La comunión de la caridad: En la comunión de los santos, “ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo” (Rm 14, 7). "Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte" (1Co 12, 26-27). "La caridad no busca su interés" (1Co 13, 5; cf. 10, 24). El menor de nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de todos, en esta solidaridad entre todos los hombres, vivos o muertos, que se funda en la comunión de los santos. Todo pecado daña a esta comunión.
Lc 15, 25-32 Estaba perdido y ha sido encontrado
(Lc 15, 25-32) Estaba perdido y ha sido encontrado
[25] El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. [26] Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó qué significaba eso. [27] Él le respondió: “Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo”. [28] Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, [29] pero él le respondió: “Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. [30] ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!”. [31] Pero el padre le dijo: “Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. [32] Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”».
(C.I.C 1443) Durante su vida pública, Jesús no sólo perdonó los pecados, también manifestó el efecto de este perdón: a los pecadores que son perdonados los vuelve a integrar en la comunidad del pueblo de Dios, de donde el pecado los había alejado o incluso excluido. Un signo manifiesto de ello es el hecho de que Jesús admite a los pecadores a su mesa, más aún, Él mismo se sienta a su mesa, gesto que expresa de manera conmovedora, a la vez, el perdón de Dios (cf. Lc 15) y el retorno al seno del pueblo de Dios (cf. Lc 19, 9).
viernes, 12 de septiembre de 2008
Lc 15, 11-24 Mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida
(Lc 15, 11-24) Mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida
[11] Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos. [12] El menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte de herencia que me corresponde”. Y el padre les repartió sus bienes. [13] Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. [14] Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. [15] Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. [16] Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. [17] Entonces recapacitó y dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! [18] Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; [19] ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros”. [20] Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. [21] El joven le dijo: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo”. [22] Pero el padre dijo a sus servidores: “Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. [23] Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, [24] porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado”. Y comenzó la fiesta.
(C.I.C 1439) El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito maravillosamente por Jesús en la parábola llamada "del hijo pródigo", cuyo centro es "el Padre misericordioso" (Cf. Lc 15,11-24): la fascinación de una libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los bienes perdidos; el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable ante su padre, el camino del retorno; la acogida generosa del padre; la alegría del padre: todos estos son rasgos propios del proceso de conversión. El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Sólo el corazón de Cristo que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de belleza.
Lc 15, 1-10 Recibe a los pecadores y come con ellos
Lucas 15
(Lc 15, 1-10) Recibe a los pecadores y come con ellos[1] Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. [2] Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos». [3] Jesús les dijo entonces esta parábola: [4] «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? [5] Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, [6] y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”. [7] Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse». [8] Y les dijo también: «Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? [9] Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido”. [10] Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte».
(C.I.C 545) Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: "No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mc 2, 17; cf. 1Tim 1, 15). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos (cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa "alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26, 28). (C.I.C 1846) El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de Dios con los pecadores (cf. Lc 15). El ángel anuncia a José: ‘Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados’ (Mt 1, 21). Y en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice: ‘Esta es mi sangre de la Alianza, que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados’ (Mt 26, 28).
jueves, 11 de septiembre de 2008
Lc 14, 34-35 La sal es una cosa excelente
(Lc 14, 34-35) La sal es una cosa excelente
[34] La sal es una cosa excelente, pero si pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? [35] Ya no sirve ni para la tierra ni para abono: hay que tirarla. ¡El que tenga oídos para oír, que oiga!».
(C.I.C 782) El Pueblo de Dios tiene características que le distinguen claramente de todos los grupos religiosos, étnicos, políticos o culturales de la Historia: – Es el Pueblo de Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Pero El ha adquirido para sí un pueblo de aquellos que antes no eran un pueblo: "una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa" (1P 2, 9). – Se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico, sino por el "nacimiento de arriba", "del agua y del Espíritu" (Jn 3, 3-5), es decir, por la fe en Cristo y el Bautismo. – Este pueblo tiene por Cabeza a Jesús el Cristo [Ungido, Mesías]: porque la misma Unción, el Espíritu Santo fluye desde la Cabeza al Cuerpo, es "el Pueblo mesiánico". – "La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo" (Lumen Gentium, 9). – "Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo mismo nos amó (Lumen Gentium, 9; cf. Jn 13, 34)". Esta es la ley "nueva" del Espíritu Santo (cf. Rm 8,2; Ga 5, 25). – Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt 5, 13-16). "Es un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano" (Lumen Gentium, 9). – "Su destino es el Reino de Dios, que el mismo comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta que él mismo lo lleve también a su perfección" (Lumen Gentium, 9).
Lc 14, 25-33 Comenzó a edificar y no pudo terminar
(Lc 14, 25-33) Comenzó a edificar y no pudo terminar
[25] Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: [26] «Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. [27] El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. [28] ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? [29] No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: [30] “Este comenzó a edificar y no pudo terminar”. [31] ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? [32] Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. [33] De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.
(C.I.C 37) Sin embargo, en las condiciones históricas en que se encuentra, el hombre experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la sola luz de su razón: “A pesar de que la razón humana, sencillamente hablando, pueda verdaderamente por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento verdadero y cierto de un Dios personal, que protege y gobierna el mundo por su providencia, así como de una ley natural puesta por el Creador en nuestras almas, sin embargo hay muchos obstáculos que impiden a esta misma razón usar eficazmente y con fruto su poder natural; porque las verdades que se refieren a Dios y a los hombres sobrepasan absolutamente el orden de las cosas sensibles y cuando deben traducirse en actos y proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y renuncie a sí mismo. El espíritu humano, para adquirir semejantes verdades, padece dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación, así como de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí procede que en semejantes materias los hombres se persuadan de que son falsas, o al menos dudosas, las cosas que no quisieran que fuesen verdaderas” (Pío XII, Humani Generis: DS 3875).
miércoles, 10 de septiembre de 2008
Lc 14, 15-24 Feliz el que se siente a la mesa en el Reino
(Lc 14, 15-24) Feliz el que se siente a la mesa en el Reino
[15] Al oír estas palabras, uno de los invitados le dijo: «¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!». [16] Jesús le respondió: «Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente. [17] A la hora de cenar, mandó a su sirviente que dijera a los invitados: “Vengan, todo está preparado”. [18] Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse. El primero le dijo: “Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego me disculpes”. [19] El segundo dijo: “He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego me disculpes”. [20] Y un tercero respondió: “Acabo de casarme y por esa razón no puedo ir”. [21] A su regreso, el sirviente contó todo esto al dueño de casa, y este, irritado, le dijo: “Recorre en seguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos”. [22] Volvió el sirviente y dijo: “Señor, tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar”. [23] El señor le respondió: “Ve a los caminos y a lo largo de los cercos, e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa. [24] Porque les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena”».
(C.I.C 52) Dios, que "habita una luz inaccesible" (1Tm 6, 16) quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (cf. Ef 1, 4-5). Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas. (C.I.C 29 )Pero esta "unión íntima y vital con Dios" (Gaudium et spes, 19) puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos (cf. Gaudium et spes, 19-21): la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas (cf. Mt 13, 22), el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes del pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios (cf. Gn 3, 8-10) y huye ante su llamada (cf. Jn 1, 3).
Lc 14, 12-14 Tendrás tu recompensa en la resurrección
(Lc 14, 12-14) Tendrás tu recompensa en la resurrección
[12] Después dijo al que lo había invitado: «Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. [13] Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. [14] ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!».
(C.I.C 470) Puesto que en la unión misteriosa de la Encarnación "la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida" (Gaudium et spes, 22), la Iglesia ha llegado a confesar con el correr de los siglos, la plena realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo. Pero paralelamente, ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella pertenece a "uno de la Trinidad". El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las comportamientos divinos de la Trinidad (cf. Jn 14, 9-10): “El Hijo de Dios [...] trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado (Gaudium et spes, 22).
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