jueves, 12 de junio de 2008

Mc 15, 21-32 Después lo crucificaron

(Mc 15, 21-32) Después lo crucificaron
[21] Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús. [22] Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: «lugar del Cráneo». [23] Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó. [24] Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno. [25] Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron. [26] La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: «El rey de los judíos». [27] Con él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda. [28] . [29] Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: «¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, 30 sálvate a ti mismo y baja de la cruz!». [31] De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: «¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! [32] Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y crea-mos!». También lo insultaban los que habían sido crucificados con él.
(C.I.C 571) El Misterio pascual de la cruz y de la resurrección de Cristo está en el centro de la Buena Nueva que los Apóstoles, y la Iglesia a continuación de ellos, deben anunciar al mundo. El designio salvador de Dios se ha cumplido de "una vez por todas" (Hb 9, 26) por la muerte redentora de su Hijo Jesucristo. (C.I.C 573) Por lo tanto, la fe puede escrutar las circunstancias de la muerte de Jesús, que han sido transmitidas fielmente por los Evangelios (cf. Dei Verbum, 19) e iluminadas por otras fuentes históricas, a fin de comprender mejor el sentido de la Redención. (C.I.C 591) Jesús pidió a las autoridades religiosas de Jerusalén creer en él en virtud de las obras de su Padre que el realizaba (cf. Jn 10, 36-38). Pero tal acto de fe debía pasar por una misteriosa muerte a sí mismo para un nuevo "nacimiento de lo alto" (cf. Jn 3, 7) atraído por la gracia divina (cf. Jn 6, 44). Tal exigencia de conversión frente a un cumplimiento tan sorprendente de las promesas (cf. Is 53, 1) permite comprender el trágico desprecio del sanhedrín al estimar que Jesús merecía la muerte como blasfemo (cf. Mc 3, 6; Mt 26, 64-66). Sus miembros obraban así tanto por "ignorancia" (cf. Lc 23, 34; Hch 3, 17-18) como por el "endurecimiento" (cf. Mc 3, 5; Rm 11, 25) de la "incredulidad" (cf. Rm 11, 20).

No hay comentarios: