jueves, 19 de junio de 2008

Lc 1, 57-66 Porque la mano del Señor estaba con él

(Lc 1, 57-66) Porque la mano del Señor estaba con él
[57] Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. [58] Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. [59] A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; [60] pero la madre dijo: «No, debe llamarse Juan». [61] Ellos le decían: «No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre». [62] Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. [63] Este pidió una pizarra y escribió: «Su nombre es Juan». Todos quedaron admirados. [64] Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. [65] Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. [66] Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: «¿Qué llegará a ser este niño?». Porque la mano del Señor estaba con él.
(C.I.C 717) "Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue "lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15. 41) por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La "Visitación" de María a Isabel se convirtió así en "visita de Dios a su pueblo" (Lc 1, 68). (C.I.C 273) Sólo la fe puede adherir a las vías misteriosas de la omnipotencia de Dios. Esta fe se gloría de sus debilidades con el fin de atraer sobre sí el poder de Cristo (cf. 2Co 12,9; Flp 4,13). De esta fe, la Virgen María es el modelo supremo: ella creyó que "nada es imposible para Dios" (Lc 1,37) y pudo proclamar las grandezas del Señor: "el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es Santo" (Lc1,49). (C.I.C 523) San Juan Bautista es el precursor (cf. Hch 13, 24) inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino (cf. Mt 3, 3). "Profeta del Altísimo" (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los profetas (cf. Lc 7, 26), de los que es el último (cf. Mt 11, 13), e inaugura el Evangelio (cf. Hch 1, 22; Lc 16,16); desde el seno de su madre (cf. Lc 1,41) saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría en ser "el amigo del esposo" (Jn 3, 29) a quien señala como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Precediendo a Jesús "con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y finalmente con su martirio (cf. Mc 6, 17-29).

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