martes, 10 de junio de 2008

Mc 14, 66-72 Antes que cante el gallo me habrás negado

(Mc 14, 66-72) Antes que cante el gallo me habrás negado
[66] Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote [67] y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: «Tú también estabas con Jesús, el Nazareno». [68] Él lo negó, diciendo: «No sé nada; no entiendo de qué estás hablando». Luego salió al vestíbulo y cantó el gallo. [69] La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes: «Este es uno de ellos». [70] Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: «Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo». [71] Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando. [72] En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: «Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces». Y se puso a llorar.
(C.I.C. 1427) Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva. (C.I.C 1429) De ello da testimonio la conversión de S. Pedro tras la triple negación de su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del arrepentimiento (cf. Lc 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple afirmación de su amor hacia él (cf. Jn 21,15-17). La segunda conversión tiene también una dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia: "¡Arrepiéntete!" (Ap 2, 5. 16). S. Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, “en la Iglesia, existen el agua y las lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia" (San Ambrosio, Epistula extra collectionem 1 [41], 12: PL 16, 1116).

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