martes, 17 de junio de 2008

Lc 1, 41-44 ¡Tú eres bendita entre todas las mujeres!

(Lc 1, 41-44) ¡Tú eres bendita entre todas las mujeres!
[41] Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, [42] exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! [43] ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? [44] Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.
(C.I.C 2676) Este doble movimiento de la oración a María ha encontrado una expresión privilegiada en la oración del Ave María: "Dios te salve, María (Alégrate, María)". La salutación del Angel Gabriel abre la oración del Ave María. Es Dios mismo quien por mediación de su ángel, saluda a María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con la mirada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava (cf. Lc 1, 48) y a alegrarnos con el gozo que Dios encuentra en ella (cf. So 3, 17). "Llena de gracia, el Señor es contigo": Las dos palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente. María es la llena de gracia porque el Señor está con ella. La gracia de la que está colmada es la presencia de Aquél que es la fuente de toda gracia. "Alégrate [...], Hija de Jerusalén [...] el Señor está en medio de ti" (So 3, 14, 17a). María, en quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el Arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor: ella es "la morada de Dios entre los hombres" (Ap 21, 3). "Llena de gracia", se ha dado toda al que viene a habitar en ella y al que entregará al mundo. "Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús". Después del saludo del ángel, hacemos nuestro el de Isabel. "Llena […] del Espíritu Santo" (Lc 1, 41), Isabel es la primera en la larga serie de las generaciones que llaman bienaventurada a María (cf. Lc 1, 48): "Bienaventurada la que ha creído..." (Lc 1, 45): María es "bendita […] entre todas las mujeres" porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor. Abraham, por su fe, se convirtió en bendición para todas las "naciones de la tierra" (Gn 12, 3). Por su fe, María vino a ser la madre de los creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la tierra reciben a Aquél que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de tu vientre.

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