miércoles, 1 de octubre de 2014
276. ¿Qué lugar ocupa la Eucaristía en el designio divino de salvación? (Primera parte)
(Compendio 276) En la Antigua Alianza, la
Eucaristía fue anunciada sobre todo en la cena pascual, celebrada cada año por
los judíos con panes ázimos, como recuerdo de la salida apresurada y liberadora
de Egipto. Jesús la anunció en sus enseñanzas y la instituyó celebrando con los
Apóstoles la Última Cena durante un banquete pascual. La Iglesia, fiel al
mandato del Señor: «Haced esto en memoria mía» (1 Co 11, 24), ha celebrado
siempre la Eucaristía, especialmente el domingo, día de la resurrección de
Jesús.
Resumen
(C.I.C 1417) La
Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban la sagrada comunión
cuando participan en la celebración de la Eucaristía; y les impone la
obligación de hacerlo al menos una vez al año.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1333) En el
corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que,
por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se
convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la
Iglesia continúa haciendo, en memoria de El, hasta su retorno glorioso, lo que
él hizo la víspera de su pasión: "Tomó pan...", "tomó el cáliz
lleno de vino...". Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre
de Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad
de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y el
vino (cf. Sal 104,13-15), fruto "del trabajo del hombre", pero antes,
"fruto de la tierra" y "de la vid", dones del Creador. La
Iglesia ve en en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, que "ofreció
pan y vino" (Gn 14,18) una prefiguración de su propia ofrenda (cf. Plegaría Eucarística I o Canon Romano,
95; Misal Romano). (C.I.C 1334) En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran
ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de
reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en el
contexto del Exodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua
conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná
del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios
(Dt 8,3). Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida,
prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El "cáliz de
bendición" (1Co 10,16), al final del banquete pascual de los judíos, añade
a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera
mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía
dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz.
Para la reflexión
(C.I.C 1335) Los
milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición,
partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la
multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf.
Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del agua convertida en vino en Caná (cf. Jn
2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús. Manifiesta el
cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles
beberán el vino nuevo (cf. Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo. (C.I.C
1336) El primer anuncio de la Eucaristía dividió a
los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó: "Es
duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?" (Jn 6, 60). La Eucaristía y
la cruz son piedras de escándalo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser
ocasión de división. "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,
67): esta pregunta del Señor, resuena a través de las edades, invitación de su
amor a descubrir que sólo él tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6,
68), y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a Él mismo. (Continua)
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