miércoles, 29 de octubre de 2014
292. ¿Cuáles son los frutos de la sagrada Comunión? (Tercera parte - continuación)
(Compendio 292 - repetición) La sagrada Comunión acrecienta nuestra unión
con Cristo y con su Iglesia, conserva y renueva la vida de la gracia, recibida
en el Bautismo y la Confirmación y nos hace crecer en el amor al prójimo.
Fortaleciéndonos en la caridad, nos perdona los pecados veniales y nos preserva
de los pecados mortales para el futuro.
Resumen
(C.I.C 1416) La
Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la unión del
comulgante con el Señor, le perdona los pecados veniales y lo preserva de
pecados graves. Puesto que los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo
son reforzados, la recepción de este sacramento fortalece la unidad de la
Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1396) La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía
hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a
Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la
Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la
Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no
formar más que un solo cuerpo (cf. 1Co 12,13). La Eucaristía realiza esta
llamada: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con
la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de
Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues
todos participamos de un solo pan" (1Co 10,16-17): “Si vosotros mismos
sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la
mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "amén"
(es decir, "sí", "es verdad") a lo que recibís, con lo que,
respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y
respondes "amén". Por lo tanto, se tú verdadero miembro de Cristo para
que tu "amén" sea también verdadero” (San Agustín, Sermo 272: PL 38, 1247).
Para la reflexión
(C.I.C 1397) La Eucaristía entraña un compromiso en favor
de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo
entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus
hermanos (cf. Mt 25,40): “Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu
hermano. […] Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al
que ha sido juzgado digno […] de participar en esta mesa. Dios te ha liberado
de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho
más misericordioso” (San Juan Crisóstomo, In
epistulam I ad Corinthios, homilia 27, 5: PG 61, 230). [Fin]
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