lunes, 20 de octubre de 2014
287. ¿Por qué la Eucaristía es el banquete pascual? (Segunda parte - continuación)
(Compendio 287-repetición) La Eucaristía es el banquete pascual porque
Cristo, realizando sacramentalmente su Pascua, nos entrega su Cuerpo y su
Sangre, ofrecidos como comida y bebida, y nos une con Él y entre nosotros en su
sacrificio.
Resumen
(C.I.C 1406) Jesús
dijo: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan,
vivirá para siempre [...] El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida
eterna [...] permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 51. 54. 56).
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1391) La comunión acrecienta nuestra unión con
Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la
unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: "Quien come mi
Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6,56). La vida en
Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: "Lo mismo que
me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me
coma vivirá por mí" (Jn 6,57): “Cuando en las fiestas del Señor los fieles
reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros la Buena Nueva de que se dan
las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a María [de Magdala]:
"¡Cristo ha resucitado!" He aquí que ahora también la vida y la
resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo” (Fanqîth, Breviarium iuxta ritum Ecclesiae de
Antiochenae Sirorum, v. 1). (C.I.C 1392)
Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo
realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la
Carne de Cristo resucitado, “vivificada por el Espíritu Santo y vivificante” (Presbiterorum Ordinis, 5), conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia
recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser
alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el
momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.
Para la reflexión
(C.I.C 1393) La comunión nos separa del pecado. El
Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es "entregado por
nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos para el
perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo
sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de
futuros pecados: "Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del
Señor" (1Co 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también
el perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el
perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los
pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio (San Ambrosio, De sacramentis
4, 28: PL 16, 446). (Continua)
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