martes, 28 de octubre de 2014
292. ¿Cuáles son los frutos de la sagrada Comunión? (Segunda parte - continuación)
(Compendio 292 - repetición) La sagrada Comunión acrecienta nuestra unión
con Cristo y con su Iglesia, conserva y renueva la vida de la gracia, recibida
en el Bautismo y la Confirmación y nos hace crecer en el amor al prójimo.
Fortaleciéndonos en la caridad, nos perdona los pecados veniales y nos preserva
de los pecados mortales para el futuro.
Resumen
(C.I.C 1416) La
Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la unión del
comulgante con el Señor, le perdona los pecados veniales y lo preserva de
pecados graves. Puesto que los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo
son reforzados, la recepción de este sacramento fortalece la unidad de la
Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 1393) La comunión nos separa del pecado. El
Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es "entregado por
nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos para el
perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo
sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de
futuros pecados: "Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del
Señor" (1Co 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también
el perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el
perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los
pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio (San Ambrosio, De sacramentis
4, 28: PL 16, 446). (C.I.C 1395) Por la misma
caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos
en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos
hará romper con Él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al
perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la
Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que
están en plena comunión con la Iglesia.
Para la reflexión
(C.I.C 1394) Como el
alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía
fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta
caridad vivificada borra los pecados
veniales (cf. Concilio de Trento: DS
1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de
romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en Él: “Porque
Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en
nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el
amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a
dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros
propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado
para nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo [...] y, llenos de
caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios (San Fulgencio de Ruspe, Contra gesta Fabiani 28, 17: PL 65, 789).
(Continua)
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