viernes, 28 de marzo de 2014
128. ¿Por qué la Resurrección es también un acontecimiento trascendente?
(Compendio 128) La Resurrección de Cristo es un
acontecimiento trascendente porque, además de ser un evento histórico,
verificado y atestiguado mediante signos y testimonios, transciende y sobrepasa
la historia como misterio de la fe, en cuanto implica la entrada de la
humanidad de Cristo en la gloria de Dios. Por este motivo, Cristo resucitado no
se manifestó al mundo, sino a sus discípulos, haciendo de ellos sus testigos
ante el pueblo.
Resumen
(C.I.C 656) La fe en la Resurrección tiene por objeto un
acontecimiento a la vez históricamente atestiguado por los discípulos que se
encontraron realmente con el Resucitado, y misteriosamente transcendente en
cuanto entrada de la humanidad de Cristo en la gloria de Dios.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 647) "¡Qué noche tan dichosa, canta el Exultet de Pascua, sólo ella conoció el
momento en que Cristo resucitó de entre los muertos!". En efecto, nadie
fue testigo ocular del acontecimiento mismo de la Resurrección y ningún
evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo sucedió físicamente. Menos aún,
su esencia más íntima, el paso a otra vida, fue perceptible a los sentidos.
Acontecimiento histórico demostrable por la señal del sepulcro vacío y por la
realidad de los encuentros de los apóstoles con Cristo resucitado, no por ello
la Resurrección pertenece menos al centro del Misterio de la fe en aquello que
transciende y sobrepasa a la historia. Por eso, Cristo resucitado no se
manifiesta al mundo (cf. Jn 14, 22) sino a sus discípulos, "a los que
habían subido con él desde Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos
ante el pueblo" (Hch 13, 31).
Para la reflexión
(C.I.C 1000) Este "cómo occurrirá la resurreción"
sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que
en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de
la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo: “Así como el pan que viene de
la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan
ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrena y otra
celestial, así nuestros cuerpos que participan en la eucaristía ya no son
corruptibles, ya que tienen la esperanza de la resurrección” (San Ireneo de
Lyon, Adversus haereses, 4, 18, 5: PG
7, 1028-1029).
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