domingo, 16 de marzo de 2014
119. ¿De qué modo Cristo se ofreció a sí mismo al Padre?
(Compendio 119) Toda la vida de Cristo es una oblación
libre al Padre para dar cumplimiento a su designio de salvación. Él da «su vida
como rescate por muchos» (Mc 10, 45), y así reconcilia a toda la humanidad con
Dios. Su sufrimiento y su muerte manifiestan cómo su humanidad fue el
instrumento libre y perfecto del Amor divino, que quiere la salvación de todos
los hombres.
Resumen
(C.I.C 620) Nuestra salvación procede de la iniciativa del
amor de Dios hacia nosotros porque " Él nos
amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4,
10). "En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo" (2Co 5,
19).
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 606) El Hijo de Dios "bajado del cielo no para
hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado" (Jn 6, 38),
"al entrar en este mundo, dice: [...] He aquí que vengo [...] para hacer,
oh Dios, tu voluntad... En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a
la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10,
5-10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio
divino de salvación en su misión redentora: "Mi alimento es hacer la
voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). El sacrificio
de Jesús "por los pecados del mundo entero" (1Jn 2, 2), es la
expresión de su comunión de amor con el Padre: "El Padre me ama porque doy
mi vida" (Jn 10, 17). "El mundo ha de saber que amo al Padre y que
obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14, 31). (C.I.C 608) Juan
Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores
(cf. Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el "Cordero de Dios
que quita los pecados del mundo" (cf. Jn 1, 29. 36). Manifestó así que
Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero
(cf. Is 53, 7; Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (cf. Is 53,
12) y el cordero pascual símbolo de la Redención de Israel cuando celebró la
primera Pascua (cf. Ex 12, 3-14; Jn 19, 36; 1Co 5, 7). Toda la vida de Cristo
expresa su misión: "Servir y dar su vida en rescate por muchos" (cf.
Mc 10, 45).
Para la reflexión
(C.I.C 609) Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor
del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1)
porque "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos"
(Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el
instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los
hombres (cf. Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su
pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere
salvar: "Nadie me quita [la vida]; yo la doy voluntariamente" (Jn 10,
18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando Él mismo se encamina
hacia la muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).
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