martes, 11 de marzo de 2014
116. ¿Contradijo Jesús la fe de Israel en el Dios Único y Salvador?
(Compendio 116) Jesús nunca contradijo la fe en un Dios
único, ni siquiera cuando cumplía la obra divina por excelencia, que realizaba
las promesas mesiánicas y lo revelaba como igual a Dios: el perdón de los
pecados. La exigencia de Jesús de creer en Él y convertirse permite entender la
trágica incomprensión del Sanedrín, que juzgó que Jesús merecía la muerte como
blasfemo.
Resumen
(C.I.C 594) Jesús realizó obras como el perdón de los
pecados que lo revelaron como Dios Salvador (cf. Jn 5, 16-18). Algunos judíos
que no le reconocían como Dios hecho hombre (cf. Jn 1, 14) veían en él a
"un hombre que se hace Dios" (Jn 10, 33), y lo juzgaron como un
blasfemo.
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 587) Si la Ley y el Templo de Jerusalén pudieron ser
ocasión de "contradicción" (cf. Lc 2, 34) entre Jesús y las
autoridades religiosas de Israel, la razón está en que Jesús, para la redención
de los pecados -obra divina por excelencia- acepta ser verdadera piedra de
escándalo para aquellas autoridades (cf. Lc 20, 17-18; Sal 118, 22). (C.I.C 588)
Jesús escandalizó a los fariseos comiendo con los publicanos y los pecadores
(cf. Lc 5, 30) tan familiarmente como con ellos mismos (cf. Lc 7, 36; 11, 37;
14, 1). Contra algunos de los "que se tenían por justos y despreciaban a
los demás" (Lc 18, 9; cf. Jn 7, 49; 9, 34), Jesús afirmó: "No he
venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores" (Lc 5, 32). Fue
más lejos todavía al proclamar frente a los fariseos que, siendo el pecado una
realidad universal (cf. Jn 8, 33-36), los que pretenden no tener necesidad de
salvación se ciegan con respecto a sí mismos (cf. Jn 9, 40-41). (C.I.C 589)
Jesús escandalizó sobre todo porque identificó su conducta misericordiosa hacia
los pecadores con la actitud de Dios mismo con respecto a ellos (cf. Mt 9, 13;
Os 6, 6). Llegó incluso a dejar entender que compartiendo la mesa con los
pecadores (cf. Lc 15, 1-2), los admitía al banquete mesiánico (cf. Lc 15,
22-32). Pero es especialmente al perdonar los pecados, cuando Jesús puso a las
autoridades de Israel ante un dilema. Porque como ellas dicen, justamente
asombradas, "¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?" (Mc
2, 7). Al perdonar los pecados, o bien Jesús blasfema porque es un hombre que
pretende hacerse igual a Dios (cf. Jn 5, 18; 10, 33) o bien dice verdad y su
Persona hace presente y revela el Nombre de Dios (cf. Jn 17, 6. 26).
Para la reflexión
(C.I.C 590) Sólo la identidad divina de la persona de Jesús
puede justificar una exigencia tan absoluta como ésta: "El que no está
conmigo está contra mí" (Mt 12, 30); lo mismo cuando dice que él es
"más que Jonás [...] más que Salomón" (Mt 12, 41-42), "más que
el Templo" (Cf. Mt 12, 6); cuando recuerda, refiriéndose a que David llama
al Mesías su Señor (Cf. Mt 12, 36-37), cuando afirma: "Antes que naciese
Abraham, Yo soy" (Jn 8, 58); e incluso: "El Padre y yo somos una sola
cosa" (Jn 10, 30). (C.I.C 591) Jesús pidió a las autoridades religiosas de
Jerusalén creer en él en virtud de las obras de su Padre que el realizaba (cf.
Jn 10, 36-38). Pero tal acto de fe debía pasar por una misteriosa muerte a sí
mismo para un nuevo "nacimiento de lo alto" (cf. Jn 3, 7) atraído por
la gracia divina (cf. Jn 6, 44). Tal exigencia de conversión frente a un
cumplimiento tan sorprendente de las promesas (cf. Is 53, 1) permite comprender
el trágico desprecio del sanhedrín al estimar que Jesús merecía la muerte como
blasfemo (cf. Mc 3, 6; Mt 26, 64-66). Sus miembros obraban así tanto por
"ignorancia" (cf. Lc 23, 34; Hch 3, 17-18) como por el
"endurecimiento" (cf. Mc 3, 5; Rm 11, 25) de la
"incredulidad" (cf. Rm 11, 20).
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