lunes, 24 de marzo de 2014
125. ¿Qué eran «los infiernos» a los que Jesús descendió»?
(Compendio 125) Los «infiernos» –distintos del «infierno»
de la condenación– constituían el estado de todos aquellos, justos e injustos,
que habían muerto antes de Cristo. Con el alma unida a su Persona divina, Jesús
tomó en los infiernos a los justos que aguardaban a su Redentor para poder
acceder finalmente a la visión de Dios. Después de haber vencido, mediante su
propia muerte, a la muerte y al diablo «que tenía el poder de la muerte» (Hb 2,
14), Jesús liberó a los justos, que esperaban al Redentor, y les abrió las
puertas del Cielo.
Resumen
(C.I.C 636) En la expresión "Jesús descendió a los
infiernos", el símbolo confiesa que Jesús
murió realmente, y que, por su muerte en favor nuestro, ha vencido a la muerte
y al diablo "Señor de la muerte" (Hb 2, 14). (C.I.C 637) Cristo
muerto, en su alma unida a su persona divina, descendió a la morada de los
muertos. Abrió las puertas del cielo a los justos que le habían precedido. 636 637
Profundizar y modos de explicaciones
(C.I.C 632) Las frecuentes afirmaciones del Nuevo Testamento
según las cuales Jesús "resucitó de entre los muertos" (Hch 3, 15; Rm
8, 11; 1Co 15, 20) presuponen que, antes de la resurrección, permaneció en la
morada de los muertos (cf. Hb 13, 20). Es el primer sentido que dio la
predicación apostólica al descenso de Jesús a los infiernos; Jesús conoció la
muerte como todos los hombres y se reunió con ellos en la morada de los
muertos. Pero ha descendido como Salvador proclamando la buena nueva a los
espíritus que estaban allí detenidos (cf. 1P 3,18-19). (C.I.C 633) La Escritura
llama infiernos, sheol, o hades (cf. Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a
la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se
encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (cf. Sal 6, 6; 88,
11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los
muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49;1Sam 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no
quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del
pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham" (cf. Lc 16, 22-26).
"Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el
seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los
infiernos" (Catecismo Romano, 1,
6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados (cf. Concilio
Romno (año 745): DS 587) ni para destruir el infierno de la condenación (cf. Benedicto
XII, Cum dudum (1341), 18: DS 1011; Clemente
VI Super quibusdam (1351) 15, 13; DS1077)
sino para liberar a los justos que le habían precedido (cf. IV Concilio de
Toledo, IV (633): DS 485; Mt 27, 52-53).
Para la reflexión
(C.I.C 634) "Hasta a los muertos ha sido anunciada la
Buena Nueva..." (1P 4, 6). El descenso a los infiernos es el pleno
cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación. Es la última fase de la
misión mesiánica de Jesús, fase condensada en el tiempo, pero inmensamente
amplia en su significado real de extensión de la obra redentora a todos los
hombres de todos los tiempos y de todos los lugares porque todos los que se
salvan se hacen partícipes de la Redención. (C.I.C 635) Cristo, por tanto, bajó
a la profundidad de la muerte (cf. Mt 12, 40; Rm 10, 7; Ef 4, 9) para "que
los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan" (Jn 5,
25). Jesús, "el Príncipe de la vida" (Hch 3, 15) aniquiló "mediante
la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a cuantos, por
temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud "(Hb 2,
14-15). En adelante, Cristo resucitado "tiene las llaves de la muerte y
del Infierno" (Ap 1, 18) y "al nombre de Jesús toda rodilla se doble
en el cielo, en la tierra y en los abismos" (Flp 2, 10). “Un gran silencio
envuelve la tierra, un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio
porque el Rey duerme. La tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha
dormido en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo [...] Va a
buscar a nuestro primer Padre como si éste fuera la oveja perdida. Quiere
visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. El, que es al mismo
tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de sus prisiones y de sus dolores a
Adán y a Eva” […] “Yo soy tu Dios, que
por ti y por todos que han de nacer de
ti me hecho tu Hijo. A ti te mando: Despierta, tú que duermes, pues no te creé
para que permanezcas cautivo en el absmo; levántate de entre los muertos, pues
yo soy la vida de los muertos” (Antigua
homilía sobre el grande y santo Sábado: PG 43, 440. 452. 461).
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